En memoria de mi amigo R., de padres checos,
fallecido honrosamente en combate,
quien solía contar historias como ésta para diversión de sus amigos.
Mi estimado amigo, Tomás Pandahorny
[1], me ha autorizado la edición y publicación de sus interesantes memorias. Pandahorny, a quien tuve el honor de conocer gracias a nuestro común amigo, el barón Von Schüngo, es un incansable viajero que ha estado en lugares vedados al resto de nosotros. Tiene el mérito, por ejemplo, de ser el primer oso panda en haber entrado en la Meca y haber visto la Ciudad Perdida de Khazam, aunque no al mismo tiempo, y ni siquiera el mismo día.
Chiquia
Pandahorny es chico… quiero decir, nació en el zoo de Priga, la capital de Chicoslovaquia. Aunque nació en una jaula, siempre fue un espíritu libre e inquisitivo, como su posterior trayectoria ha demostrado. La aventura de su vida comenzó, sin embargo, aquel día en que fue liberado de su jaula, por culpa de las restricciones presupuestarias originadas por la guerra entre Chicoslovaquia y la República Introspectiva de Bolovia. Estos son sucesos poco conocidos por el público en general, y sin ellos no podremos comprender los entresijos de la compleja personalidad de Tomás Pandahorny. Por lo tanto, a pesar de ser un enemigo declarado de todas las guerras en las que llevo las de perder, no me queda otro remedio que narrar los infaustos sucesos que desataron las hostilidades entre la pacífica Bolovia y la bucólica Chicoslovaquia y que sumieron a ambos países en el caos y la anarquía, valga la redundancia. De modo que, canta, oh Musa, la cólera de… bah, no va a funcionar así. Será mejor que me busque la vida.
Chicoslovaquia era un tranquilo país asiático, cuando sus vecinos se lo permitían. Había sido invadida tantas veces, que su capital, Priga, tenía las avenidas más anchas de toda Asia, para facilitar el paso de las tropas norteamericanas de liberación. Era imposible estimar cuántos soldados hacían falta para defender Priga, sobre todo porque nunca lo habían intentado.
Era de esperar que los chicoslovacos se hubiesen extinguido en un par de siglos, pero la selección natural había actuado de manera sorprendente en aquellas tierras. No, no me malinterprete: la evolución no produjo los guerreros más poderosos, sino las hembras más hermosas y liberales de todo el planeta. Cuando las hordas tártaras sembraban el pánico en toda Asia, por ejemplo, se les ocurrió recalar en Chicoslovaquia para avituallarse. Lo normal habría sido que la hubiesen desvastado como langostas en tres o cuatro días… pero las chicoslovacas los entretuvieron durante tres años completos, con sus correspondientes meses. Un tercio de los tártaros pereció del mal francés. Otro tercio falleció por parada cardiaca, tras excesos fornicatorios. El tercio final sufrió la más terrible de las suertes: se convirtieron en maridos chicoslovacos.
Bolovia
Un pueblo con estos traumas sólo podía tener una de dos posibles industrias nacionales: el alcohol o las drogas. Chicoslovaquia era la Meca de la Cerveza. Las drogas eran más bien cosa de Bolovia, un país africano que tampoco tenía salida al mar. En realidad, Bolovia había sido parte de un país mucho más extenso, en tiempos remotos. Pero el país había sido conquistado y saqueado por los tartesios, y cuando los tartesios se fueron, los aborígenes se habían enzarzado en innumerables trifulcas, y los que habían cargado con la peor parte fueron los bolovianos, que se refugiaron en una inhóspita meseta, lejos de las costas. Allí se habían especializado en el cultivo de la coca, y con tal de mantener bien abastecidos a sus odiados vecinos, éstos les permitían seguir a lo suyo.
Pero los bolovianos tenían algo que los convertía en un pueblo sumamente belicoso: eran tan feos, los condenados, que en vez de pedir medicinas a la Organización Mundial de la Salud, suplicaban que les enviasen cirujanos plásticos. El artículo que más se vendía en las sex shops bolovianas eran las máscaras, y durante mucho tiempo, fue costumbre en las maternidades que no se entregasen los bebés a sus madres hasta una semana después del parto. Durante esa período, preparaban psicológicamente a los pequeños para que no muriesen del susto tras la entrega.
Ambos países carecían de mar. Ambos se dedicaban a producir y distribuir sustancias estupefacientes. Los pueblos de ambos países creían ser el pueblo elegido, aunque sospecho que, en el fondo, bolovianos y chicoslovacos sabían que los verdaderos elegidos son los gallegos de Pontevedra
[2]. Y para colmo, las chicoslovacas eran tan guapas como horrendas las bolovianas. Se mascaba la tragedia, y la elección de Miss Universo de aquel fatídico año fue el detonante. Durante una pausa del concurso, Miss Uganda contó un chiste sobre caníbales a Miss Bolovia, y a ésta le entró la risa floja. En ese mismo momento Miss Chicoslovaquia, que pasaba por ahí, asomó la cabeza, aparentemente preocupada, y le preguntó a la boloviana por el motivo de su llanto.
La guerra
Aquel desaire provocó una ola de indignación que recorrió Bolovia como un tsunami. Los bolovianos se dirigieron en masa a su capital, La Riña, pero el subsuelo de ésta no resistió y se hundió como si se tratase de un barrio de Barcelona. Entonces se concentraron en la segunda y última ciudad del país, El Chancro, se quitaron los zapatos para no pesar tanto y protestaron ruidosamente. Alguien dijo que debían saquear y quemar algo, pero al tratarse de un país tan pobre, sólo lograron hacerse con un cargamento de sacos de cocaína, que incendiaron al instante. Los vapores de la hoguera se extendieron por la ciudad y la transformaron en algo muy parecido al festival de Benicasim. Cuando despertaron de la resaca, nadie recordaba por qué se habían desplazado en masa a El Chancro. Por fortuna, uno de ellos, que sabía escribir, se lo había anotado en la palma de la mano derecha. Sólo hubo que localizar a un boloviano que supiese leer, y cuando lo consiguieron, a los tres días, se reanudaron los disturbios.
Todo hubiese quedado como una de las muchísimas pataletas bolovianas, pero era gente que ni siquiera sabía pararse a tiempo. El Ministerio de Defensa de Bolovia envió un comando de bolovianos ranas para que saboteasen un barco chicoslovaco que se dirigía a los Estados Unidos, cargado de cerveza. Los bolovianos, enfundados en sus trajes verdinegros de neopreno, interceptaron el barco en medio del Atlántico, colocaron en su panza una bomba fabricada con un explosivo secreto fabricado a base de cocaína. Luego regresaron a su lancha neumática, para descubrir que se les había olvidado cargar gasolina para el viaje de vuelta. Resignados y dispuestos a todo por la patria, consumieron sus últimas hojas de coca y reventaron junto con el barco.
Las gargantas resecas de medio mundo clamaron al cielo, sobre todo cuando empezaron a llegar a las costas de Europa bandas de delfines con claros síntomas de intoxicación etílica. Dicen que en Glastonbury encalló una ballena borracha, y que a través de su agujero de ventilación se las arreglaba aún para silbar
Married to a Mermaid, pero no hay que olvidar que las reservas cerveceras inglesas no se vieron afectadas por este incidente, por lo que hay que tomar la anécdota con la debida distancia. No sería la primera mentirijilla que contasen desde Glastonbury
[3].
Los chicoslovacos, inflamados de orgullo patrio, decidieron contraatacar, y así lo hicieron, aunque dos años más tarde. Este fue el tiempo necesario para solicitar los permisos aduaneros y trasladar un cañón a la frontera de Bolovia. Una vez que el cañón estuvo en su sitio, descubrieron que no existían mapas fiables del país, y que además no sabían qué tenían que destruir, pues el país ya era un desastre. Los bolovianos habían publicado mapas de su recóndito país con las fronteras alteradas: buena parte de la “Bolovia” de estos mapas era, en realidad, territorio de Cheli, el país vecino. De modo que los primeros cañonazos chicoslovacos destrozaron territorio chelino… atestado de emigrantes bolovianos. Cuando los bolovianos descubrieron su error, actuaron con serenidad, firmeza y dignidad. Declararon que los fallecidos eran héroes nacionales y doblaron la ración mensual de cocaína de las familias afectadas.
La situación pronto se volvió insoportable para los chicoslovacos, que estaban muy lejos de sus cervecerías y sus mujercitas hermosas y liberales. Además, llevar cada bala de cañón les costaba un riñón, y tuvieron que apretarse el cinturón. En uno de los recortes de presupuesto, decidieron liberar a los animales del zoo que comiesen hierba y sólo hierba. Nominalmente, los osos pandas eran osos, pero técnicamente eran herbívoros, y se vieron de repente en la calle y sin bambú. Por ironías de la biología, los osos hormigueros siguieron disfrutando en sus cómodas jaulas, pues las hormigas contaban como carne para los funcionarios que importaban.
De modo que las partes hostiles recurrieron al outsourcing. Los bolovianos contrataban a sus vecinos brisaleños, para que llevasen alguna que otra bombita en las bodegas de sus aviones comerciales que volaban a la tundra siberiana, para que, de vuelta sobre Chicoslovaquia, la dejasen caer como quien no quiere la cosa. Los chicoslovacos hacían lo mismo con sus vecinos, los sosos. Pero Sosia era también un país interior, que recontrataba estos servicios a los itolianos, quienes terminaban contratando a algún tanecino por cuatro duros. El resultado: la primera misión brisaleña chocó en pleno vuelo con la primera misión de combate tanecina, y aviones, carga y pasajeros terminaron hechos fosfatina.
The heat goes on...
Finalmente, ambas partes reconocieron el fracaso de la guerra de
proxies y... no, por desgracia no hicieron las paces, sino que llevaron la guerra a su siguiente nivel: la Guerra de las Galaxias. Quiero decir: los chicoslovacos eran adoradores de San Pepino Encurtido
[4], y también lo eran los bolovianos, aunque no les tocase por la zona geográfica, sino por haber sido colonizados por los tartesios. Lo que hicieron fue encerrarse en sus respectivas iglesias, y suplicar a la Divina Cucurbitácea para que destruyese a sus impíos adversarios.
Cada año mueren unos 100.000 bolovianos, y una cantidad ligeramente superior de chicoslovacos, aunque sospecho que la estadística boloviana es más baja porque algunos hacen sopa con sus seres queridos en vez de entregar los cadáveres a las autoridades. De modo que la guerra sigue, y el resultado es un interminable empate. San Pepino parece odiar y querer a ambas partes por igual. Al parecer, nada.
La sangría sigue, y sigue, y sigue… ¿es que la Humanidad nunca aprenderá “algo”?
El minuto cultureta: se dice que Homero (el poeta, no Mr. Simpson) habría escrito un poema llamado la
Batracomiomaquia, sobre una tonta batalla entre ranas y ratones. La Chicobolovomaquia sería, entonces, la guerra entre Chicoslovaquia y Bolovia. Sí, ya me lo han preguntado...
Etiquetas: cuentos