jueves, julio 12, 2007

Sofía

Serie sacrílega, pero que ensalza los valores familiares.

Merecía la pena transformar el Espíritu Santo en Sofía (a.k.a. Tinker Bell)Al día siguiente, cuando Dios Padre regresó a casa tras reparar un par de agujeros negros, le esperaba un pequeño drama familiar.
La Galaxia estaba patas arribas. Había restos carbonizados de supernovas por toda la órbita galáctica. La Tierra, un planeta para el cuál tenía grandes planes, se había pegado una tremenda leche y ahora giraba con el eje inclinado unos veintitantos grados. Había dos manchones negros en forma de nebulosas, por donde quedan ahora las Nubes de Magallanes. Y lo peor de todo era la pátina mugrosa de la radiación relicta, que parecía no desaparecer ni con lejía de neutrinos.
Dios Hijo apareció en escena, sonriendo y con toda la boca manchada con una sustancia pegajosa de color marrón. La energía normalmente azulada del Todopoderoso comenzó a desplazarse hacia el extremo rojo del espectro. Conteniendo la Ira Divina, preguntó a su retoño:
- ¿Qué hostias comes?
– Coccholatte... – dijo el Hijo con la lengua aún pegajosa – ¿quieres? – y le ofreció la emporcada cuchara que había estado lamiendo.
Pero el Espíritu Santo se adelantó corriendo, pegó un salto y se llevó la cuchara en la boca, destrozando un par de enanas amarillas en su carrera.
El aura paterna se desplazó está vez hacia el violeta con tanta violencia que el Hijo pensó que al Padre le iba a dar un jamacuco celestial. El viejo se desplomó sobre un cómodo sistema binario, y se llevó las manos a la cabeza.
– Esto no puede seguir así, Hijo. Necesitas alguien que te ponga algo de disciplina, y yo necesito alguien que ponga un poco de orden por aquí.
El Hijo miraba como si le estuviesen hablando en arameo.
– Necesitamos una mujer en casa.
Y el Hijo, como si no fuese con él.
– Una hembra... – se dijo el Altísimo. Luego se incorporó y silbó – ¡Swishhhhhh! ¡Eh, bonito, ven acá!
El Hijo comenzó a sospechar que iba a pasar algo malo cuando el Espíritu Santo se acercó olisqueando y moviendo la cola.
– Ven aquí, chucho, bonito... – pero el Espíritu era vaporoso y resbalaba – ven, aquí te digo... ¡Aaaaay! – se lamentó el Padre de la repentina mordida – ¡Maldita comadreja! ¡Ya te tengo!
Ahora el Espíritu gruñía como un demonio e intentaba liberarse, pero el Padre lo mantenía bien sujeto. De repente, el Anciano se incorporó, con aspecto terrible, y de todas partes del Universo convergieron sobre él líneas de fuerzas zigzagueantes. Un fuerte viento solar agitó la cabellera divina, se oyó un trueno cercano, y el Padre exclamó con voz tonante:
–¡Bibiddi! ¡Bobiddi! ¡¡¡BOOO!!!
Un rayó alcanzó al tembloroso Espíritu Santo y lo lanzó al suelo, libre ya de las manos del Padre. Comenzó a gemir y a agitarse, mientras su ectoplasma se expandía y cambiaba alarmantemente de color: del ámbar al verde, del verde al violeta, y finalmente a un tono blanco con delicadas vetas de color rosa. Cuando la transmutación terminó, el Padre y el Hijo se encontraron frente a una hermosa hada ectoplasmática, que miraba confusa al uno y al otro.
– ¡Yo quiero a mi perro! – gimoteó el pequeño.
– No era un perro, hijo, sino una comadreja.
– ¡Pero era MI comadreja!
– Necesitas una madre – dijo el Padre con su tono de zanjar discusiones teológicas.
– ¿Por quéeee?
– Porque es un dogma, leches...
– ¿pero... POR QUÉEEEE? – y rompió a llorar y patalear.
A Dios se le agotaba la paciencia, y estaba ya dispuesto a terminar la discusión como siempre, con un Diluvio y unos azotes, cuando el hada se arrodilló junto al niño:
– Venga, mi chiquitín, no llores más. Ya verás que no es tan malo – y guiñó un ojo al Misericordioso – Te haré postres exquisitos, te contaré cuentos, curaré tus heridas y, cuando vayas a dormir, te arroparé y te cantaré una canción.
La bolita rosada se abrazó a la blanca y rosada, y la bola azul no creía lo que estaba presenciando… pero naturalmente, se alegraba. El hada lo miró y le dijo:
– Creo que necesito un nombre.
Dios Hijo se separó de su recién estrenada madre y comenzó a dar saltitos, mientras chillaba:
– ¡Tinker Bell! ¡Tinker Bell!
– ¡Nada de americanadas! ¡Esto es un asunto muy serio! – dijo el viejo. Luego tosió, para aclararse la voz, y preguntó tímidamente al hada – ¿Te gusta Sofía? Significa Sabiduría en uno de los idiomas que van a inventar los hombres de la Tierra – y añadió como excusándose – Es que me ha parecido que sabes mucho...
Sofía sonrió, asintió y continuó haciendo carantoñas al enfurruñado pequeño, que seguía prefiriendo Tinker Bell. Luego hizo un gesto al Padre de que podía seguir trabajando. Este se alejó, intentando no armar mucho ruido. Cuando estaba a punto de entrar en el agujero de gusano, se dio la vuelta y volvió a contemplar la escena. El niño se había dormido y la madre lo había acostado sobre la brillante nebulosa de Orión. Mientras lo arropaba, le susurraba una canción que hablaba de luces y cometas, y de estrellas que ardían en homenaje a su pequeño. Se dio cuenta de que el Padre la miraba desde lejos, y agitó un brazo con un gesto recién inventado, como una especie de saludo.
Y se dijo Dios que aquello era bueno.

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