lunes, julio 13, 2009

La estrella

Para Sarah
Una estrella se encendió, sin avisar, entre los cuernos de la Luna. Brillaba débilmente, titilando a tiempo de vals.
El primero en avistarla fue un astrónomo, que durante las noches prefería mirar el cielo antes que a su mujer. "Esto es imposible", se dijo. Nuestro satélite es una bola sólida, que no mengua ni crece, y es imposible que se filtre una estrella a través de su zona oscura. Decidió que era mejor callar, hasta que los hechos se ajustasen a su teoría. Al fin y al cabo, el nuevo astro era de muy débil magnitud.
La estrella, no obstante, aumentaba su brillo por momentos. Los siguientes en verla fueron los lobos, mientras aullaban a la Luna. Añadieron un nuevo canto a su ya amplio repertorio, y esa noche corrieron con más ímpetu, y engendraron más lobeznos.
Un loco poeta, encaramado en la azotea de su asilo, vio el punto de luz en el firmamento. Enamorado de su visión, olvidó la altura, cayó y se destrozó contra una fuente. Los enfermeros, al asistirle, miraron al cielo por casualidad y descubrieron el fenómeno. La noticia se propagó, imparable.
Sólo en una cosa estuvieron todos de acuerdo: aquello tenía que significar algo, aunque nadie supiera qué. Los musulmanes, por supuesto, creyeron que era una señal para la expansión de la Umma. Los cristianos, que pronto se manifestaría la Bestia del Apocalipsis, o el Anticristo, o algo parecido. Los curas rezaban, los políticos chillaban, los científicos desesperaban y los gatos movían la cola con preocupación, a tiempo de vals.
Entonces, el Hombre de la Luna bostezó, apagó el cigarrillo contra una roca y lo arrojó dentro de un cráter.

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jueves, diciembre 25, 2008

La segunda parte

¡Mucho cuidado con los cocodrilos sumerios!Todas las historias son una y la misma, o eso decía Graves. Borges, por el contrario, pretendía que eran cuatro los argumentos: el de la Ilíada, el de la Odisea, la historia del dios hecho picadillo y no recuerdo qué tontería sobre unos boludos que construían una ciudad. En mi opinión, y en la de Buda, la verdad está en algún punto entre ambos extremos. Olvidemos, por un momento, la de los albañiles, pues después de la horrible "We build this city", de Jefferson Starship, nadie ha vuelto a atreverse con el tema.
Nos quedan tres. Es fácil demostrar que la Ilíada y la Odisea son, en realidad, variaciones sobre un mismo tema, del que la Odisea es un ejemplo mejor logrado. Es una historia sobre una venganza: a un buen señor lo putean concienzudamente, pero éste se sobrepone y regresa pateando traseros. En el caso de Odiseo, es el hideputa de Poseidón y sus abogados quienes se encargan de hacerle la vida imposible. A Aquiles, los troyanos le matan al mariquita de su amigo Patroclo. Luego Aquiles va a por Héctor y lo hace papilla. Odiseo, por el contrario, tras escapar de las trampas divinas, regresa a Ítaca y monta una carnicería con los pretendientes de su churri Penélope. No se carga a Poseidón para dejar abierta la posibilidad de una secuela. Sospecho también que Homero no quería estropear el negocio de los sacerdotes del susodicho. Siempre he dicho que las historias de venganzas son mis favoritas. La mejor de todas, o casi, es la del Conde de Montecristo.
Nos quedan, pues, dos historias arquetípicas: la de la venganza, y la del dios puteado. Pero si lo piensa un poco, ¡ambas historias son la misma! Puedo imaginar el origen de nuestra civilización en las orillas de un perdido pantano en la antigua Sumeria. Un rapsoda itinerante cuenta la historia de la venganza de Gilgamesh a los embobados paletos del poblado más cercano. Cuando llega al punto en que al héroe lo han hecho puré, le entran unos terribles dolores estomacales y sale corriendo a esconderse entre unos juncos. Un cocodrilo, salido de la nada, clava sus comillos en el culo del juglar y lo arrastra a una muerte oscura. Los ebrios patanes de la aldea creen que ahí acaba la historia de Gilgamesh, y pasan meses intentando explicar el estúpido final de la misma. Al final, uno de ellos crea la religión: la muerte del protagonista tuvo un sentido. No importa cuál ahora: garantizar las cosechas del próximo año, redimir nuestros pecados, hacer que el Sol siga alumbrando. ¡Qué más da! Y todo esto gracias a la verdadera tragedia de un cocodrilo cuya cena estaba rellena de mierda.

El final de San Marcos

... y cumplió lo prometido.En mi opinión, algo parecido debió ocurrir para que surgiese el cristianismo. El malogrado Marcos escribía su evangelio a altas horas de la noche cuando sintió la inexcusable llamada de la parte menos noble de su naturaleza. Corrió a la letrina comunal, pero con tan mala pata que cayó en el fondo del agujero. Nadie le echó de menos al día siguiente, y el cadáver desnucado quedó cubierto con los copiosos excrementos de sus incontinentes vecinos.
Para desgracia de los paganos, alguien descubrió, días más tarde, el manuscrito incompleto, y se dio cuenta de su potencial para fundar una secta. Calladamente, pergeñó unos cuantos versículos para terminar la historia. Esto no me lo estoy inventando: el evangelio de San Marcos no sólo omite cualquier referencia a un nacimiento virginal, sino que se ha descubierto que los actuales versículos del nueve al veinte del último capítulo son un añadido posterior. Estos versículos son los que, precisamente, hablan de la Resurrección: el versículo octavo termina con tres mujeres, incluida la Magdalena, que se asoman, muy acojonaditas las pobres, a una tumba vacía.
El mercenario que terminó el primer evangelio no era muy habilidoso. ¿Se le ha ocurrido pensar en lo que podrían haber hecho Homero o Alejandro Dumas de haberse encontrado en su lugar? He aquí algunas ideas al respecto:
A Jesús, como es natural, lo crucifican en las vísperas de un día festivo, lo cual ya es motivo suficiente para cabrearse. Antes, lo azotan, le ponen una corona de espinas, y encima pierde un concurso de popularidad con un tal Barrabás. Para colmo, lo cuelgan entre dos manguis, y uno de ellos se pasa la tarde dándole la brasa con el Reino de los Cielos (era testigo de Jehová).
Es poco probable que Marcos pretendiese matar realmente a Jesús. Es cierto que el Mesías tiene algunos superpoderes en su historia, pero no tantos como para resucitar a un muerto que llevaba tres días fermentándose. Y es una opinión personal, pero por resucitarte a ti mismo a los tres días seguro que dan más puntos que por revivir a otro. De modo que supondremos que, aunque parecía más muerto que el pavo de Acción de Gracias, Nuestro Salvador estaba mal herido, disimulando sus constantes vitales gracias a sus conocimientos del yoga saduceo. De manera que cuando José de Arimatea, que estaba en el ajo, destapó la tumba, le bastó un par de bofetadas para despertar a Nuestro Señor, que murmuró:
- Pepe, mamonazo, si pudiese moverme te ibas a enterar...
Pepe cargó con el no-muerto a cuestas, y lo llevó a casa de Lucas, que era médico, para que le hiciera algunos arreglillos. Y así pasaron unos cuantos meses.
Un hermoso día de verano, Jesús abrió por fin la puerta de casa de Lucas, y salió a la calle. Iba cojeando un poco, por culpa de la lanzada en las costillas y albergaba en Su Santo Pecho un cabreo monumental. Enfiló la burra hacia el barrio romano, mientras consultaba la dirección del chalet de Poncio Pilato que San Matías El Chivato le había apuntado en la palma de la mano. Al llegar a su destino, se deslizó sigilosamente al patio trasero, y trepó por una higuera hasta el dormitorio del prefecto de Judea. Una sorpresa le aguardaba:
- ¡María Magdalena! – exclamó el Mesías.
- ¡Jesús! – respondió, asustada, la susodicha.
- ¡La Virgen! – profirió Pilatos, poniéndose los calzoncillos.
La pecadora intentó disculparse mientras se ponía la túnica:
- Mi Señor, es que mi carne es débil, ¡pero te juro que mi espíritu es fuerte!
- ¡Serás puta! – replicó Jesús de Nazaret, sacudiendo la cabeza con amargura – ¡Vete, y no vuelvas a pecar... sobre todo porque no podrás!
Y haciendo uso de sus superpoderes, le contagió a distancia el primer herpes genital de la historia. Si lee con atención el Antiguo Testamento, verá que no se habla, para nada, del herpes genital, pero sí de la lepra, de modo que el herpes es un milagro posterior.
La Magdalena abandonó la habitación a duras penas, llorando por sus dolores, y Jesús se abalanzó sobre Pilatos, agarrándole por el pescuezo. El Prefecto tuvo tiempo para susurrar:
- Pero, Señor, ¿acaso no predicabas lo de poner la otra mejilla!
- ¡La otra polla pondría, si tuvieses dos ojos en el culo, truhán!
A continuación, rebanó las orejas del romano, y sus testículos, y los arrojó a los cerdos. Las margaritas y las perlas no, pero sí que está bien arrojar los cojones de Pilatos a los gorrinos. De propina, el Hijo de Dios convirtió a Pilatos en obsesivo-compulsivo, condenándole así a lavarse las manos constantemente, per secula seculorum. Chúpate esa, Conde de Montecristo.
Luego, Nuestro Salvador empuñó la lanza del destino y salió a por Judas...

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miércoles, febrero 27, 2008

El test de Radamanto

Serie sacrílega, pero que ensalza los valores familiares

... and his eyes have all the seeming of a demon that it's dreaming.Durante mucho tiempo, a Satanás le resultó imposible distinguir a los cristianos que le llegaban de los nuevos musulmanes. La primera idea que ensayó fue colocar una Biblia y un Corán sobre una piedra, a la entrada del Infierno. Pensaba el Astuto que cada cuál cogería el libro que le correspondía, de manera que sería fácil clasificarlos. Pero este plan diabólico falló. El creyente que llegaba y olfateaba el azufre se decía que algo muy chungo tenía que haber hecho para que ahora lo castigasen… y elegía casi siempre el libro contrario al que había seguido en vida. Si al menos hubiese sido una elección sistemática, habría valido como prueba, pero muchos se decían que, si ya estaban condenados, ¿para qué seguirse complicando la otra vida con Mecas y Constantinoplas? Y pasaban de largo ante los dos libros.
Luego de un par de siglos de caos en el Departamento de Recepción y Clasificación, un demonio muy cuco, llamado Radamanto, dio con una solución casi perfecta: descubrió que la mayoría de los pecadores eran, o cínicos, o hipócritas. Los cínicos eran los musulmanes, y los hipócritas, los cristianos. La forma de aplicar la prueba era también interesante. Cuando llegaba el condenado, buscaban a su madre entre las almas reclusas, la rejuvenecían temporalmente hasta lograr que pareciese una rosa del Nilo y la encerraban desnuda en una habitación, con el recién llegado. En cuanto éste le ponía una mano en las tetas, salía Radamanto de detrás de las cortinas y gritaba:
– ¡Ja, ja, le estás tocando las tetas a tu madre!
Los musulmanes casi siempre respondían:
– ¡Loado sea Alá!
El buen cristiano se lamentaba invariablemente:
– ¡Oh, pecador de mí, qué he hecho! – pero seguía sobando las suculentas ubres.
Muy de cuando en cuando, alguno se apartaba genuinamente horrorizado ante la revelación. Estos eran los casos más puñeteros, pues quería decir que el recién llegado no era un auténtico motherfucker, y eso significaba semanas y semanas de papeleo para devolver el inocente al cielo, junto con la madre que lo parió. También era un problema cuando no encontraban el alma de la madre del condenado, pero era un caso poco frecuente, pues casi todos los nuevos internos eran unos verdaderos hijos de puta.
Mil años más tarde, en el Infierno se seguía utilizando el Test de Radamanto para distinguir nazis de comunistas: esta vez, los nazis eran los cínicos, y los comunistas, los hipocritones. Y naturalmente, seguía habiendo excepciones, como aquel judío norteamericano que, pillado con un pezón dentro de la boca, exclamó indignado cuando le revelaron la verdad sobre la propietaria de la teta:
– ¡Panda de cabrones! ¡Espero que la bromita no vaya con cargo al contribuyente!
Los demonios se asustaron y lo enviaron inmediatamente al Paraíso.

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domingo, septiembre 02, 2007

La Creación de Eva María

Serie sacrílega, pero que ensalza los valores familiares

Dios, envuelto en su majestuosa colcha de materia oscura, se revolvía sin lograr conciliar el sueño. Sofía finalmente suspiró, se incorporó en el lecho y le preguntó qué pasaba:
- El Homo Sapiens, cariño, el Homo Sapiens me tiene hasta la partícula de Higgs.
Y le contó sus cuitas con Adán Cudeiro, y su intención de pulsar el botón reset y comenzar la Creación desde cero. Luego dijo ¡ay!, y se quedó mirando fijamente hacia la nebulosa de Andrómeda.
Pero Sofía, por fortuna, no era partidaria de tomarse las cosas tan a la tremenda. Tras aliviar y reafirmar un poco el dolido ego divino, prometió echar un vistazo al día siguiente y ver si se podía reparar el desastre. Siempre habría tiempo para mandar el mundo a la mierda.
La Creación de Eva MaríaNo había aún amanecido, cuando ya Sofía observaba discretamente las actividades de Adán Cudeiro en el Paraíso gallego. Adán dormía despatarrado sobre una roca musgosa, llena de restos de cacahuetes y semillas de girasol, mientras un hilillo de saliva humedecía su mejilla poblada con una descuidada barba de dos semanas. A eso de las siete de la mañana, el primer Homo Sapiens se dio la vuelta sobre su lado derecho, acompañando el giro con un sonoro pedo. A eso de las ocho de las mañana, abrió los ojos legañosos, apartó la calabaza llena de zumo de uva fermentado de una patada y regocijó su espíritu con otro pedo espantoso que removió los guijarros en dos metros a la redonda. Luego se levantó y se puso de espalda, con la cara contra la pared de la cueva. Agarró su encogido apéndice urinario con la derecha y comenzó a dibujar su cara en la pared de la cueva con el líquido que brotaba a presión del órgano. Culminó la operación con otro pedo y una concienzuda sacudida del miembro. Luego se rascó, en este orden, el sobaco izquierdo, el riñón derecho, el occipucio y… perdonad que os ahorre el detalle. Finalmente, se olió la mano, hizo una mueca, bostezó y dijo algo que sonó como:
- Errr... hummm... ñamñak... ahhhhhhhggg...
Un caso perdido, se dijo Sofía, mientras Adán descubría su propia sombra sobre la hierba y se dedicaba a perseguirla entre gritos e insultos. Pero al menos ya había encontrado la causa del fallo: Dios había cometido con Adán el mismo error que con los insectos.
Al crear a los insectos, sus animales preferidos, el Altísimo había experimentado con exoesqueletos. El exoesqueleto es una especie de armadura que protege a su blando portador de accidentes y ataques de depredadores. Una buena idea, en apariencia, pero limitaba las posibilidades de crecimiento del pobre animalito. Al crear el siguiente grupo de animales, la idea había sido descartada, a favor del uso de esqueletos internos.
Sin embargo, al diseñar al señor Cudeiro, el Creador se percató de la fragilidad del ordenador de a bordo del extraño animal, y recurrió a una pequeña chapuza: rodear el ordenador de hueso duro. El problema era evidente: la bóveda craneal impedía el crecimiento del cerebro de Adán Cudeiro. Puede que mil quinientos centímetros cúbicos fuesen suficientes para tirarse pedos, dibujar figuras con la orina y rascarse todo lo rascable, pero no para descubrir el fuego o aprender a freír huevos.
De manera que Sofía se remangó, metafóricamente hablando, y decidió crear el primer animal inteligente del planeta. Para ello, extrajo un poco de materia gris del cráneo de Adán, dejándolo un poco más tonto que antes, y a partir de ella comenzó a moldear una figura más mullida y proporcionada que la construida por el Altísimo.
La decisión de SofíaLa solución de Sofía para alojar un cerebro más grande fue sorprendente: duplicó la capacidad de cálculo diseñando un encéfalo con cuatro hemisferios en vez de sólo dos. Naturalmente, el nuevo dispositivo no iba a caber en el cráneo, por lo que dotó a la nueva especie de dos receptáculos suaves a la altura del tórax, y ahí situó los dos hemisferios adicionales, que al no estar constreñidos, podrían crecer todo lo que necesitasen. Estos hemisferios, al estar más cerca del corazón, estarían mejor irrigados que los hemisferios superiores. El dispositivo fue bautizado tetraencéfalo, aunque con el tiempo, sumerios y lacedemonios lo abreviaron, dejándolo en tetras, palabra que finalmente degeneró transformándose en tetas. Cuando un hombre fija su mirada en el tetraencéfalo de una dama, lo hace para expresar su admiración por la superior capacidad intelectual de ésta. Cuando una madre amamanta a su hijo, le transmite parte de su inteligencia a través de sus neurotransmisores tetraencefálicos, vulgarmente conocidos como leche materna.
Tras terminar con el tetraencéfalo, tuvo que aplicar algunos retoques. Para equilibrar la figura y evitar que se fuese de bruces por el peso adicional, la divina consorte agrandó el culo de la criatura. Acortando su estatura, la hizo más estable al dotarla de un centro de gravedad más bajo. Cuando estaba a punto de terminar, Sofía recordó el desagradable espectáculo del dibujo con orina, y eliminó el apéndice urinario de la nueva criatura, para que no imitase el grosero comportamiento de su futuro compañero. Entonces, Sofía se alejó unos pasos, vio que lo había hecho bien, y decidió ponerle nombre a su creación.
Se inclinó sobre su obra, y sopló suavemente dentro de la pequeña y delicada nariz. Luego, apartando los dorados cabellos, susurró su nombre al oído: Eva María... La criatura se estremeció al cobrar consciencia de sí misma, y se incorporó, un poco confundida. A continuación, estiró sus torneados miembros y se fue a buscar el sol en la playa...

Capítulo anterior: La Creación de Adán Cudeiro

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domingo, julio 29, 2007

La Chicobolovomaquia

En memoria de mi amigo R., de padres checos,
fallecido honrosamente en combate,
quien solía contar historias como ésta para diversión de sus amigos.
Mi estimado amigo, Tomás Pandahorny[1], me ha autorizado la edición y publicación de sus interesantes memorias. Pandahorny, a quien tuve el honor de conocer gracias a nuestro común amigo, el barón Von Schüngo, es un incansable viajero que ha estado en lugares vedados al resto de nosotros. Tiene el mérito, por ejemplo, de ser el primer oso panda en haber entrado en la Meca y haber visto la Ciudad Perdida de Khazam, aunque no al mismo tiempo, y ni siquiera el mismo día.

Chiquia

Pandahorny es chico… quiero decir, nació en el zoo de Priga, la capital de Chicoslovaquia. Aunque nació en una jaula, siempre fue un espíritu libre e inquisitivo, como su posterior trayectoria ha demostrado. La aventura de su vida comenzó, sin embargo, aquel día en que fue liberado de su jaula, por culpa de las restricciones presupuestarias originadas por la guerra entre Chicoslovaquia y la República Introspectiva de Bolovia. Estos son sucesos poco conocidos por el público en general, y sin ellos no podremos comprender los entresijos de la compleja personalidad de Tomás Pandahorny. Por lo tanto, a pesar de ser un enemigo declarado de todas las guerras en las que llevo las de perder, no me queda otro remedio que narrar los infaustos sucesos que desataron las hostilidades entre la pacífica Bolovia y la bucólica Chicoslovaquia y que sumieron a ambos países en el caos y la anarquía, valga la redundancia. De modo que, canta, oh Musa, la cólera de… bah, no va a funcionar así. Será mejor que me busque la vida.
Chicoslovaquia era un tranquilo país asiático, cuando sus vecinos se lo permitían. Había sido invadida tantas veces, que su capital, Priga, tenía las avenidas más anchas de toda Asia, para facilitar el paso de las tropas norteamericanas de liberación. Era imposible estimar cuántos soldados hacían falta para defender Priga, sobre todo porque nunca lo habían intentado.
Era de esperar que los chicoslovacos se hubiesen extinguido en un par de siglos, pero la selección natural había actuado de manera sorprendente en aquellas tierras. No, no me malinterprete: la evolución no produjo los guerreros más poderosos, sino las hembras más hermosas y liberales de todo el planeta. Cuando las hordas tártaras sembraban el pánico en toda Asia, por ejemplo, se les ocurrió recalar en Chicoslovaquia para avituallarse. Lo normal habría sido que la hubiesen desvastado como langostas en tres o cuatro días… pero las chicoslovacas los entretuvieron durante tres años completos, con sus correspondientes meses. Un tercio de los tártaros pereció del mal francés. Otro tercio falleció por parada cardiaca, tras excesos fornicatorios. El tercio final sufrió la más terrible de las suertes: se convirtieron en maridos chicoslovacos.

Bolovia

Un pueblo con estos traumas sólo podía tener una de dos posibles industrias nacionales: el alcohol o las drogas. Chicoslovaquia era la Meca de la Cerveza. Las drogas eran más bien cosa de Bolovia, un país africano que tampoco tenía salida al mar. En realidad, Bolovia había sido parte de un país mucho más extenso, en tiempos remotos. Pero el país había sido conquistado y saqueado por los tartesios, y cuando los tartesios se fueron, los aborígenes se habían enzarzado en innumerables trifulcas, y los que habían cargado con la peor parte fueron los bolovianos, que se refugiaron en una inhóspita meseta, lejos de las costas. Allí se habían especializado en el cultivo de la coca, y con tal de mantener bien abastecidos a sus odiados vecinos, éstos les permitían seguir a lo suyo.
Pero los bolovianos tenían algo que los convertía en un pueblo sumamente belicoso: eran tan feos, los condenados, que en vez de pedir medicinas a la Organización Mundial de la Salud, suplicaban que les enviasen cirujanos plásticos. El artículo que más se vendía en las sex shops bolovianas eran las máscaras, y durante mucho tiempo, fue costumbre en las maternidades que no se entregasen los bebés a sus madres hasta una semana después del parto. Durante esa período, preparaban psicológicamente a los pequeños para que no muriesen del susto tras la entrega.
Ambos países carecían de mar. Ambos se dedicaban a producir y distribuir sustancias estupefacientes. Los pueblos de ambos países creían ser el pueblo elegido, aunque sospecho que, en el fondo, bolovianos y chicoslovacos sabían que los verdaderos elegidos son los gallegos de Pontevedra[2]. Y para colmo, las chicoslovacas eran tan guapas como horrendas las bolovianas. Se mascaba la tragedia, y la elección de Miss Universo de aquel fatídico año fue el detonante. Durante una pausa del concurso, Miss Uganda contó un chiste sobre caníbales a Miss Bolovia, y a ésta le entró la risa floja. En ese mismo momento Miss Chicoslovaquia, que pasaba por ahí, asomó la cabeza, aparentemente preocupada, y le preguntó a la boloviana por el motivo de su llanto.

La guerra

Aquel desaire provocó una ola de indignación que recorrió Bolovia como un tsunami. Los bolovianos se dirigieron en masa a su capital, La Riña, pero el subsuelo de ésta no resistió y se hundió como si se tratase de un barrio de Barcelona. Entonces se concentraron en la segunda y última ciudad del país, El Chancro, se quitaron los zapatos para no pesar tanto y protestaron ruidosamente. Alguien dijo que debían saquear y quemar algo, pero al tratarse de un país tan pobre, sólo lograron hacerse con un cargamento de sacos de cocaína, que incendiaron al instante. Los vapores de la hoguera se extendieron por la ciudad y la transformaron en algo muy parecido al festival de Benicasim. Cuando despertaron de la resaca, nadie recordaba por qué se habían desplazado en masa a El Chancro. Por fortuna, uno de ellos, que sabía escribir, se lo había anotado en la palma de la mano derecha. Sólo hubo que localizar a un boloviano que supiese leer, y cuando lo consiguieron, a los tres días, se reanudaron los disturbios.
Todo hubiese quedado como una de las muchísimas pataletas bolovianas, pero era gente que ni siquiera sabía pararse a tiempo. El Ministerio de Defensa de Bolovia envió un comando de bolovianos ranas para que saboteasen un barco chicoslovaco que se dirigía a los Estados Unidos, cargado de cerveza. Los bolovianos, enfundados en sus trajes verdinegros de neopreno, interceptaron el barco en medio del Atlántico, colocaron en su panza una bomba fabricada con un explosivo secreto fabricado a base de cocaína. Luego regresaron a su lancha neumática, para descubrir que se les había olvidado cargar gasolina para el viaje de vuelta. Resignados y dispuestos a todo por la patria, consumieron sus últimas hojas de coca y reventaron junto con el barco.
Las gargantas resecas de medio mundo clamaron al cielo, sobre todo cuando empezaron a llegar a las costas de Europa bandas de delfines con claros síntomas de intoxicación etílica. Dicen que en Glastonbury encalló una ballena borracha, y que a través de su agujero de ventilación se las arreglaba aún para silbar Married to a Mermaid, pero no hay que olvidar que las reservas cerveceras inglesas no se vieron afectadas por este incidente, por lo que hay que tomar la anécdota con la debida distancia. No sería la primera mentirijilla que contasen desde Glastonbury[3].
Los chicoslovacos, inflamados de orgullo patrio, decidieron contraatacar, y así lo hicieron, aunque dos años más tarde. Este fue el tiempo necesario para solicitar los permisos aduaneros y trasladar un cañón a la frontera de Bolovia. Una vez que el cañón estuvo en su sitio, descubrieron que no existían mapas fiables del país, y que además no sabían qué tenían que destruir, pues el país ya era un desastre. Los bolovianos habían publicado mapas de su recóndito país con las fronteras alteradas: buena parte de la “Bolovia” de estos mapas era, en realidad, territorio de Cheli, el país vecino. De modo que los primeros cañonazos chicoslovacos destrozaron territorio chelino… atestado de emigrantes bolovianos. Cuando los bolovianos descubrieron su error, actuaron con serenidad, firmeza y dignidad. Declararon que los fallecidos eran héroes nacionales y doblaron la ración mensual de cocaína de las familias afectadas.
La situación pronto se volvió insoportable para los chicoslovacos, que estaban muy lejos de sus cervecerías y sus mujercitas hermosas y liberales. Además, llevar cada bala de cañón les costaba un riñón, y tuvieron que apretarse el cinturón. En uno de los recortes de presupuesto, decidieron liberar a los animales del zoo que comiesen hierba y sólo hierba. Nominalmente, los osos pandas eran osos, pero técnicamente eran herbívoros, y se vieron de repente en la calle y sin bambú. Por ironías de la biología, los osos hormigueros siguieron disfrutando en sus cómodas jaulas, pues las hormigas contaban como carne para los funcionarios que importaban.
De modo que las partes hostiles recurrieron al outsourcing. Los bolovianos contrataban a sus vecinos brisaleños, para que llevasen alguna que otra bombita en las bodegas de sus aviones comerciales que volaban a la tundra siberiana, para que, de vuelta sobre Chicoslovaquia, la dejasen caer como quien no quiere la cosa. Los chicoslovacos hacían lo mismo con sus vecinos, los sosos. Pero Sosia era también un país interior, que recontrataba estos servicios a los itolianos, quienes terminaban contratando a algún tanecino por cuatro duros. El resultado: la primera misión brisaleña chocó en pleno vuelo con la primera misión de combate tanecina, y aviones, carga y pasajeros terminaron hechos fosfatina.

The heat goes on...

Finalmente, ambas partes reconocieron el fracaso de la guerra de proxies y... no, por desgracia no hicieron las paces, sino que llevaron la guerra a su siguiente nivel: la Guerra de las Galaxias. Quiero decir: los chicoslovacos eran adoradores de San Pepino Encurtido[4], y también lo eran los bolovianos, aunque no les tocase por la zona geográfica, sino por haber sido colonizados por los tartesios. Lo que hicieron fue encerrarse en sus respectivas iglesias, y suplicar a la Divina Cucurbitácea para que destruyese a sus impíos adversarios.
Cada año mueren unos 100.000 bolovianos, y una cantidad ligeramente superior de chicoslovacos, aunque sospecho que la estadística boloviana es más baja porque algunos hacen sopa con sus seres queridos en vez de entregar los cadáveres a las autoridades. De modo que la guerra sigue, y el resultado es un interminable empate. San Pepino parece odiar y querer a ambas partes por igual. Al parecer, nada.
La sangría sigue, y sigue, y sigue… ¿es que la Humanidad nunca aprenderá “algo”?
El minuto cultureta: se dice que Homero (el poeta, no Mr. Simpson) habría escrito un poema llamado la Batracomiomaquia, sobre una tonta batalla entre ranas y ratones. La Chicobolovomaquia sería, entonces, la guerra entre Chicoslovaquia y Bolovia. Sí, ya me lo han preguntado...

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jueves, julio 12, 2007

La Creación de Adán Cudeiro

Serie sacrílega, pero que ensalza los valores familiares

La Creación de Adán CudeiroDios, naturalmente, tenía grandes planes. Había decidido descansar el sábado y pegarse un garbeo por la undécima dimensión el domingo. Pero del lunes al viernes tocaba organizar este Universo, y eso requería un jaleo considerable. De manera que comenzó creando personal en el que poder delegar. Y así creó toda la burocracia celeste de ángeles, querubines, serafines, cataplines y diablillos bermejos. Cuando ensambló el último par de alas en la espalda del último angelote, se dio cuenta que en su empresa sobraban oficiales y faltaban soldados. Entonces decidió crear la Humanidad.
Se montó en un meteorito y se apeó cerca de la desembocadura de la ría de Arosa. Se ató el pelo y las barbas, se remangó la túnica y recogió arcilla para moldearla con sus Divinas Manos y transformarla en la Primera Criatura Humana. Comenzó por los pies, primero el derecho. Al cabo de tres horas ya tenía la uña del pulgar del pie derecho y un dolor espantoso en la zona lumbar. Decidió que aquella no era forma de crear la Humanidad, y en su Omnisciencia, eligió un camino más digno y apropiado.
Esta vez sacó de una bolsita un poco de polvo de protoplasma rico en aminoácidos y lo vertió en la ría, para que lo arrastrase al cercano océano, y a la caliente Corriente del Golfo, que muy cerca pasaba. Añadió un poco de ácido ribonucleico y unos raros catalizadores, agitó, sopló y luego se marchó a dar una vuelta a ver cómo iban las cosas por la Vía Láctea.Behemot y Leviathan, según William Blake. Observe que Leviathan está muerto... de risa, según parece. Aprovechó el paseíllo espacial para matar a una especie de cocodrilo biónico llamado Leviatán que sólo servía para dar el coñazo, y para encerrar en un corral a un caballo obeso con cara de hipopótamo y pezuñas de elefante, al que llamaban Behemot. Si cree que me lo estoy inventando, le aconsejo que lea el libro de los Salmos, capítulo 74, versículo 14, y comprobará que nuestro Creador se divertía bastante cazando monstruos en algún momento de su larga carrera. Lo que no es cierto es que le haya disparado alguna vez a un oso emborrachado con vodka. Es mentira cochina.
Se llevó una sorpresa cuando regresó a la Tierra. Al parecer, tras unos minutos de aparente calma, de los mares brotaron criaturas de todo tipo, que se devoraban las unas a las otras con gran entusiasmo. Algunas escaparon a tierra firme para transformarse, primero en gigantescas ranas voladoras con colmillos en sus lenguas retractiles, y luego en feroces dinosaurios. Pero una pequeña especie de ratas carroñeras se había apoderado finalmente de la faz de la tierra, y había aprendido a comerse al resto de los bichos de la creación.
Dios, sorprendido por la ferocidad de la nueva especie, pilló a la primera rata primate que se puso a su alcance y le sopló su Aliento divino en las mismísimas narices. A continuación, le bendijo:
- Te llamarás Adán Cudeiro.
Y la Primera Criatura le respondió en protogallego:
- Bueeeno...
Luego, Dios intentó que Adán diese nombre a las bestias que cabalgaban, volaban y se arrastraban sobre el valiente nuevo mundo. Convocó a una noble criatura cuadrúpeda, de airosas crines y se la mostró al Hombre, diciéndole:
- ¡Oh, Adán! ¡Dale un nombre a esta hermosa bestia! – pero el gallego callaba, atónito, y el Creador decidió echarle una mano – La podemos llamar Caaaaa... - Adán Cudeiro seguía con la mirada perdida – Caaaabbaaaa... - ni un signo de comprensión en el rostro del primate – Caaaabaaaallll... ¡¡¡Caballo, coño!!! – exclamó exasperado.
Pero inmediatamente se arrepintió de su cólera y volvió a los buenos modales con el aterrorizado gallego:
- ¿Qué te parece “caballo”? ¿Crees que es un nombre apropiado?
Adán Cudeiro respondió, enigmáticamente:
- Puede que síiii... y puede que noooo...
Y Dios se mesó los cabellos, desesperado. Algo había fallado en el plan divino...

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Sofía

Serie sacrílega, pero que ensalza los valores familiares.

Merecía la pena transformar el Espíritu Santo en Sofía (a.k.a. Tinker Bell)Al día siguiente, cuando Dios Padre regresó a casa tras reparar un par de agujeros negros, le esperaba un pequeño drama familiar.
La Galaxia estaba patas arribas. Había restos carbonizados de supernovas por toda la órbita galáctica. La Tierra, un planeta para el cuál tenía grandes planes, se había pegado una tremenda leche y ahora giraba con el eje inclinado unos veintitantos grados. Había dos manchones negros en forma de nebulosas, por donde quedan ahora las Nubes de Magallanes. Y lo peor de todo era la pátina mugrosa de la radiación relicta, que parecía no desaparecer ni con lejía de neutrinos.
Dios Hijo apareció en escena, sonriendo y con toda la boca manchada con una sustancia pegajosa de color marrón. La energía normalmente azulada del Todopoderoso comenzó a desplazarse hacia el extremo rojo del espectro. Conteniendo la Ira Divina, preguntó a su retoño:
- ¿Qué hostias comes?
– Coccholatte... – dijo el Hijo con la lengua aún pegajosa – ¿quieres? – y le ofreció la emporcada cuchara que había estado lamiendo.
Pero el Espíritu Santo se adelantó corriendo, pegó un salto y se llevó la cuchara en la boca, destrozando un par de enanas amarillas en su carrera.
El aura paterna se desplazó está vez hacia el violeta con tanta violencia que el Hijo pensó que al Padre le iba a dar un jamacuco celestial. El viejo se desplomó sobre un cómodo sistema binario, y se llevó las manos a la cabeza.
– Esto no puede seguir así, Hijo. Necesitas alguien que te ponga algo de disciplina, y yo necesito alguien que ponga un poco de orden por aquí.
El Hijo miraba como si le estuviesen hablando en arameo.
– Necesitamos una mujer en casa.
Y el Hijo, como si no fuese con él.
– Una hembra... – se dijo el Altísimo. Luego se incorporó y silbó – ¡Swishhhhhh! ¡Eh, bonito, ven acá!
El Hijo comenzó a sospechar que iba a pasar algo malo cuando el Espíritu Santo se acercó olisqueando y moviendo la cola.
– Ven aquí, chucho, bonito... – pero el Espíritu era vaporoso y resbalaba – ven, aquí te digo... ¡Aaaaay! – se lamentó el Padre de la repentina mordida – ¡Maldita comadreja! ¡Ya te tengo!
Ahora el Espíritu gruñía como un demonio e intentaba liberarse, pero el Padre lo mantenía bien sujeto. De repente, el Anciano se incorporó, con aspecto terrible, y de todas partes del Universo convergieron sobre él líneas de fuerzas zigzagueantes. Un fuerte viento solar agitó la cabellera divina, se oyó un trueno cercano, y el Padre exclamó con voz tonante:
–¡Bibiddi! ¡Bobiddi! ¡¡¡BOOO!!!
Un rayó alcanzó al tembloroso Espíritu Santo y lo lanzó al suelo, libre ya de las manos del Padre. Comenzó a gemir y a agitarse, mientras su ectoplasma se expandía y cambiaba alarmantemente de color: del ámbar al verde, del verde al violeta, y finalmente a un tono blanco con delicadas vetas de color rosa. Cuando la transmutación terminó, el Padre y el Hijo se encontraron frente a una hermosa hada ectoplasmática, que miraba confusa al uno y al otro.
– ¡Yo quiero a mi perro! – gimoteó el pequeño.
– No era un perro, hijo, sino una comadreja.
– ¡Pero era MI comadreja!
– Necesitas una madre – dijo el Padre con su tono de zanjar discusiones teológicas.
– ¿Por quéeee?
– Porque es un dogma, leches...
– ¿pero... POR QUÉEEEE? – y rompió a llorar y patalear.
A Dios se le agotaba la paciencia, y estaba ya dispuesto a terminar la discusión como siempre, con un Diluvio y unos azotes, cuando el hada se arrodilló junto al niño:
– Venga, mi chiquitín, no llores más. Ya verás que no es tan malo – y guiñó un ojo al Misericordioso – Te haré postres exquisitos, te contaré cuentos, curaré tus heridas y, cuando vayas a dormir, te arroparé y te cantaré una canción.
La bolita rosada se abrazó a la blanca y rosada, y la bola azul no creía lo que estaba presenciando… pero naturalmente, se alegraba. El hada lo miró y le dijo:
– Creo que necesito un nombre.
Dios Hijo se separó de su recién estrenada madre y comenzó a dar saltitos, mientras chillaba:
– ¡Tinker Bell! ¡Tinker Bell!
– ¡Nada de americanadas! ¡Esto es un asunto muy serio! – dijo el viejo. Luego tosió, para aclararse la voz, y preguntó tímidamente al hada – ¿Te gusta Sofía? Significa Sabiduría en uno de los idiomas que van a inventar los hombres de la Tierra – y añadió como excusándose – Es que me ha parecido que sabes mucho...
Sofía sonrió, asintió y continuó haciendo carantoñas al enfurruñado pequeño, que seguía prefiriendo Tinker Bell. Luego hizo un gesto al Padre de que podía seguir trabajando. Este se alejó, intentando no armar mucho ruido. Cuando estaba a punto de entrar en el agujero de gusano, se dio la vuelta y volvió a contemplar la escena. El niño se había dormido y la madre lo había acostado sobre la brillante nebulosa de Orión. Mientras lo arropaba, le susurraba una canción que hablaba de luces y cometas, y de estrellas que ardían en homenaje a su pequeño. Se dio cuenta de que el Padre la miraba desde lejos, y agitó un brazo con un gesto recién inventado, como una especie de saludo.
Y se dijo Dios que aquello era bueno.

Capítulo anterior: En el Principio...
Próximo capítulo: La Creación de Adán Cudeiro

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lunes, julio 09, 2007

Historias del Bar Paraíso




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domingo, julio 08, 2007

En el principio...

Serie sacrílega, pero que ensalza los valores familiares

La Santísima Trinidad CosmológicaMe gustaría poder empezar esta historia como empiezan casi todas, hablando de un sol inclemente que provocaba desmayos entre los camellos, o de una noche de luna bajo la que se movían criaturas fantasmagóricas. Pero no puedo, porque cuando comenzó esta historia no había ni sol, ni luna, ni camellos. No había mar, ni tierra, ni aire. Se supone que ni siquiera existía este planeta. Porque mi historia comienza…

... en el principio

Aunque no del todo: el principio del todo fue posiblemente aquel follón del big-bang. Me refiero a cuando aún el mundo era un caos acuoso, y la sombra de Dios flotaba sobre la superficie de las aguas, mientras se escuchaba de fondo la música de las esferas, de un sospechoso parecido a la introducción de Zaratustra de Richard Wagner. Menos mal que aún no existían ni el Diablo ni Teddy Bautista.
Si está imaginando a Dios como un Ser Tremendo y Barbudo, se equivoca; ese es Zeus, y si tiene cuernos, seguro que se trata de Thor. El Ser Supremo tampoco se parecía al de los dibujos de Miguel Ángel, rodeado de ángeles en posturitas extrañas. Dios, el de verdad, era por aquel entonces una inmensa bola de fuego azul y frío, como la que mucho más tarde se le aparecería a Moisés. Como he dicho, la bola flotaba sobre las aguas que habían salido de no se sabe dónde, y mientras flotaba latía rítmicamente, como una muela inflamada.
De repente, ocurrió el Primer Milagro. La bola comenzó a latir como si estuviese fuera de control, y a aumentar y disminuir de tamaño a una velocidad alarmante, y en su superficie comenzaron a formarse remolinos y torbellinos caóticos. Cuando parecía que iba a estallar y que ahí se acababa toda la Historia, un destello de Luz cegadora inundó el Universo. Luego, cuando se apagaron los fuegos de artificio y retornó la calma, ya no había una gigantesca bola de fuego azul. Había más bien una gigantesca bola de fuego azul y una más pequeña de algo que parecía ectoplasma rosado. O algodón de azúcar y fresa.
– ¡Hijo! – tronó el Padre.
– ¡Pa-pá! – logró articular el Hijo, con voz infantil.
– ¡Swissshhhhhh!
El Padre y el Hijo giraron sus cabezas sorprendidos:
– ¿Qué coño ha sido eso? – dijo el más viejo de los dos.
– ¿Oño ha síoeso? – repitió el más joven con dificultad y desparpajo.
El viejo calló y examinó cuidadosamente el espacio cercano. El más joven fingió también que buscaba, pero se cuidaba mucho de meter las manos dentro de las nebulosas más densas, no fuese que hubiera algo dentro que mordiese, y no se separaba demasiado del gigante azul y redondo.
Al cabo de dos eones de búsqueda incansable (sólo descansaban los sábados), nuestros Seres primordiales se convencieron de que no había nada dañino en el Cosmos, aparte de ellos. Entonces volvieron a mirarse mutuamente, llenos de divina emoción:
– ¡Hijo! – dijo emocionado el Padre.
– ¡Papá! – respondió el Hijo, que ya había aprendido a hablar.
– ¡Swissshhhhhhhh-sh-sh-sh!
La bola rosada se había encaramado de un salto sobre el polo norte de la bola azul, y temblaba como una hoja. Una hoja divina, claro. La bola azul se lo sacudió bruscamente de encima, y gritó al vacío:
– ¿Quién eres, maldito? ¿Qué quieres?
Como el nuestro es un universo cerrado con métrica de Robertson-Walker, sólo respondió el eco, al cabo de unos pocos millones de años. Y luego, otra vez:
– ¡Swissssshhhhh-shhhhh-swishhhhhhhhh!
Pero está vez, el Padre pudo distinguir con claridad de dónde provenía el sonido:
– ¡Ajá! – exclamó, y levantó la bola rosada con uno de sus Divinos Tentáculos.
Debajo del Hijo había un ser inclasificable… bueno, era otra bola ectoplásmica, pero de colores juguetones, que meneaba alegremente un seudópodo ambarino.
– ¡Cagonlaleche! ¡El Espíritu Santo! – cayó el viejo en cuenta.
– ¿Puedo quedármelo, Papá, puedo quedármelo?
El Espíritu Santo seguía agitando la colita, y ahora su ectoplasma destellaba como las luces de una discoteca.
– ¿Puedo? ¿Eh, puedo? ¿Puedo…?
No quedaba otro remedio:
– Bueno, quédatelo, pero bajo una condición...
– ¡Lo que sea!
– ...que te vas a ocupar de alimentarlo, de sacarlo a pasear y de limpiar todo lo que ensucie...
– ¡Qué bueno eres, Papá! ¡Santificado sea Tu Nombre!
¿Y qué padre no hubiera hecho lo mismo?

Próximo capítulo: el Omnipotente, harto de dramas domésticos, transforma al Espíritu Santo en una hermosa diosa a la que llama Sofía (... eh, sí... a veces el Altísimo se pone un poco gnóstico).

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miércoles, junio 27, 2007

El Gusano

Dedico esta extravaganza
a los cubanos que se oponen a la dictadura castrista,
y que son llamados
gusanos no sólo por sus crueles verdugos,
sino también por los joviales y bienaventurados payasos
del psocialismo y el comunismo español.
CreationEl bocado más exquisito no es el corazón, a pesar de lo que digan bardos y trovadores. El bocado más delicado está en la base del cráneo, oculto tras capas y más capas de huesos, sangre y tendones. No es un músculo, no es una glándula. En realidad, no es posible distinguirlo a simple vista, y ahí está su misterio, pues está rodeado de veneno, y quienes muerden en el sitio equivocado, mueren entre terribles dolores.
Nací de un huevo abandonado en una roca, como todos los míos, y mi primer y única enseñanza fue saber evitar aquello que nos estaba vedado. Pero eran malos tiempos, y mis hermanos morían de inanición por no poder profanar las vísceras sagradas. Un día me pudo la rabia y grité la verdad a los Ancianos, y fui expulsado de los yermos campos donde, en tiempos mejores, manaba la linfa descompuesta y fluían ríos de rica hiel.
Vagué por los límites del universo, esquivando agujeros negros y alimentándome de la poca inmundicia que podía cazar en aquel desierto. Llegó el día en que sentí que me abandonaba la vida, y busqué una cueva donde dejar mi cuerpo a salvo de mis propios hermanos. Pero al penetrar en la oscuridad, encontré algo muy diferente: el cuerpo de un ángel herido, que se había refugiado de algún terrible enemigo.
Durante dos días y dos noches, competimos para ver quién moría antes. El me ganó la carrera, y yo horadé su carne para alimentarme. Pero su carne estaba deshecha y demasiado podrida, incluso para un gusano como yo. El veneno verde de la gangrena brotaba de todas las pequeñas heridas que le infligía con mis afilados dientes. Desesperado y exhausto, rompí los enormes ojos de aquella criatura con la ayuda de un madero, y me abrí paso, reptando, hacia su cerebro.
Milagrosamente, aquella carne estaba intacta. Comí hasta hartarme, dormí, y luego volví a comer y beber. Muy pronto llegué a la zona que nos enseñaban a evitar. Iba a retroceder respetuosamente, pero me detuvo la curiosidad. ¿Era realmente veneno lo que tenía ante mí? ¿Qué podía perder con probar? ¿Mi vida miserable?
Aparté cuidadosamente los tejidos, e inicié mi camino hacia la base del cráneo, primero despacio y luego apretando el paso, a medida que me ganaban el miedo y la curiosidad. De pronto, sentí que algo cambiaba a mi alrededor. Me quedé paralizado por el aura de una presencia espantosa, y creí morir, enterrado en la carne, incapaz de moverme. Comencé a hundirme en aquella materia viscosa, mientras mis pulmones luchaban desesperadamente por un sorbo de oxígeno. Entonces llegaron las convulsiones: una fuerza desconocida recorrió mi cuerpo y lo agitó como la tormenta agita las cañas. La materia angelical que me rodeaba se deshacía con mis golpes involuntarios, y de repente, me vi liberado de mi tormento, cayendo en una cámara situada bajo mis pies.
Nadie me había preparado para aquello. Me vi sumergido en una esfera líquida brillante, iluminada por un pequeño sol ubicado en su centro. Me acerqué nadando hacia aquel objeto destellante. Lo toqué y estaba tibio, y pulsaba como si tuviese vida propia. De repente, sin pensarlo, me lo llevé a la boca y lo mordí. ¡Nunca olvidaré el sabor de la ambrosía! Salí de aquella cámara con mi preciada presa entre mis manos temblorosas, y en cuanto pude sentarme, la engullí temblando de placer. Sólo cuando no quedaba ni una migaja, noté el calor que salía de mis entrañas, y la luz que ahora brotaba de mi interior. El calor me adormeció, y caí en un sueño profundo.
Dormí durante eones, hasta que me despertó el estrépito la caída de otro ángel. A dos leguas de distancia, yacía el cuerpo inmóvil de una criatura aún más grande que la que antes había profanado. Corrí hacia allá, y comprobé que seguía viva. Esta vez, no esperé a que muriese. Perforé la correosa membrana de su tímpano y me las arreglé para llegar a la cámara brillante esquivando los peligros conocidos. Ahí dentro estaba mi recompensa. Cuando salí al exterior, el ángel ya había muerto.
Y así transcurrió una era, en la que me alimenté de la materia brillante de los cuerpos divinos. Con cada perla luminosa que robaba, mi estatura aumentaba, y mi fortaleza, casi milagrosamente. Demasiado pronto alcancé el tamaño de la cabeza de un ángel, y luego, el tamaño de los propios ángeles. Un buen día, aterrizó una expedición de rescate en busca de un compañero herido. Hice frente a la patrulla y los vencí, uno a uno, y luego devoré sus almas.
Después llegaron los sueños. En ellos viajaba por extraños mundos en los que la materia dejaba de ser materia y la luz se podía tocar. Conocí secretos blasfemos sobre este Universo, como su creación en un alarde de soberbia del impío Demiurgo, encarnado en un reptil, y qué horror innominable se esconde dentro de la nebulosa del Escorpión, esperando el fin de los tiempos.
Jericho, by H.R. GigerLlegó un día en que me fue revelado el Supremo Arcano, y pude ver todo el pasado y futuro de este Universo, y calcular las rutas y alternativas, y supe con certeza cuál era el único camino posible. Ascendí entonces al cielo de Jehowah, el Terrible Lagarto de las Tormentas, con la única fuerza de mis alas, y me presenté ante su trono. Sosteniendo su mirada alcé mi dedo acusador apuntándole sin misericordia. Como había previsto, fui maldecido, y los serafines del Demiurgo se abalanzaron sobre mí, haciéndome prisionero.
De modo que yo, Adam Kadmon, fui desterrado de los cielos, y mis alas ardieron incendiadas por la ira divina. Fui llevado al Planeta de Zafiro, y sepultado bajo un océano, en el abismo del Leviatán, condenado a la peor muerte en vida, para toda la eternidad.
Pero no está muerto aquello que puede yacer eternamente, y con el paso de los eones incluso la muerte puede morir. La fuerza más grande del Universo se llama Empatía, y según otros, Resonancia. Sobre la superficie de aquel planeta imponían su ley innumerables razas de estúpidos lagartos, y mi serena cólera atrajo el rayo que los destruyo.
Una variedad de ratas de estercolero, afines a mi naturaleza, ocupó su sitio, y con el tiempo sojuzgaron la faz de la Tierra. Y aunque erraron y adoraron al Demiurgo, al falso Kosmokrator, mis vibraciones revelaron la verdad a los más sensibles de ellos. Y desde eones, los más sabios y sensibles se postran ante mi caída grandeza, y me llaman Cthulhu, el Primordial, y saben que el tiempo de mi Venganza se acerca, y cantan blasfemas antífonas mientras sueñan en éxtasis con los conocimientos prohibidos que les prometo desde mi prisión temporal. El Día se acerca, y se hará Justicia.
Todas estas cosas son ciertas, y de ellas soy testigo fiel y verdadero.

... y cuando oréis, ratitas mías, no lo hagáis de forma ostentosa y arrítmica, ni os golpeéis la carne, pues la carne es sagrada. Cerrad los ojos y cantad:
Madre Eterna que habitas mis sueños:
Bendito sea el corrupto fruto de Tu Vientre.
Pues sólo de Lo Corrupto y burbujeante surge La Vida,
y fuera de Tu Vientre sólo hay Dolor.

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martes, junio 26, 2007

Aire

Para M.
Fuera, soplaba la molesta brisa nocturna, pero la risa de la mujer iluminaba el interior de la tienda.
– ¡Un hijo! ¡A mi edad!
AireEl hombre apretó los labios, sin notarlo. No lo había soñado. En ocasiones los sueños le revelaban cosas que nadie podía saber o imaginar. Dónde encontrar agua. Dónde las hierbas crecían sanas o llenas de veneno. Incluso, cuándo el veneno comenzaba a crecer en el corazón de un antiguo amigo, y era hora de mudar el rebaño a otros pastos.
Si hubiera sido un sueño, habría podido contárselo, pues todos creemos en los sueños, pero ¿cómo explicarle aquello? Aquella mañana, mientras hundía las manos en el agua, se había visto junto a ella, un poco más viejos los dos, rodeados de niños. La visión había durado un instante, lo que se tarda en perder de vista a una paloma en pleno vuelo.
– Corderito mío – la mujer ahora sólo sonreía – Mi dulce corderito lanudo – y acarició delicadamente la barba del patriarca – No te enfades con tu sierva, sabes cuánto me gustaría complacerte.
El agachó la cabeza, y la hundió entre sus senos. Le inquietaba el futuro, pero no por él mismo. No le preocupaba morir, o incluso enloquecer. No sería el primero, en aquellas condiciones. Pero, ¿y ella? ¿Qué haría cuando ya no fuese capaz de proporcionarle todo lo necesario?
Ella notó el ritmo pesado de su respiración. Comenzó a cantar una vieja canción sobre un río, sobre su curso sosegado y sobre cómo crecía trayendo la vida a Kem una vez cada año. El la había seguido hasta Kem, hacía ya mucho tiempo, y allí, en el sitio más improbable, se había ganado su corazón. Luego habían huido al norte, al desierto del norte, y tras muchos esfuerzos y sacrificios habían logrado rehacer sus vidas... al precio de haber olvidado vivirlas.
Una débil racha de aire se introdujo en la tienda, como una presencia fantasmal. La mujer se estremeció, y dejó de cantar por un momento:
– Hace frío.
Retomó la canción con un susurro. Su voz descendió un tono, y se tornó cálida y trémula. El hombre se incorporó en silencio y tapó la entrada de la tienda. Apagó la lumbre y se tendió al lado de su mujer, mientras la abrazaba.
Fuera, el viento había cambiado de dirección, y una enorme luna dibujaba extrañas sombras tras las rocas. Me dejé llevar por el viento, hacia el este, hacia la tierra donde nace el sol.

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lunes, junio 11, 2007

El Enigma de la Esfinge

Quien desea aprender a escribir debe también aprender la difícil arte de la observación psicológica, al menos si quiere que sus escritos tengan más de dos párrafos de longitud.
Un cuento, por su brevedad, se basa en la sorpresa, y la fuente de la sorpresa puede ser cualquier cosa, como un espejismo del lenguaje, una confusión en el sentido de las palabras o incluso en su sonido. En una novela, la causa de la sorpresa debe durar más: no puede ser el resultado de ver reflejado el sol en el vidrio de un escaparate a las cuatro y cinco minutos de la tarde.
Eso no quiere decir que el aspirante tenga que transformarse en un pedante aprendiz de psicólogo. Es incluso mejor que no lo haga, pues así puede ofrecer a sus lectores el más rico juego de los dobles espejos: un reflejo distorsionado desfigurado por las propias lentes equívocas a través de las cuales veo el mundo.
Como esto que escribo no es un cuento, sino una reflexión (sólo los peores escritores se callan estas diferencias, para justificar, si llega a ser preciso, sus meteduras de pata) debo ofrecerle un ejemplo del tipo de equívocos y errores de perspectiva a los que me refiero. El espejismo que le mostraré es uno de los más sorprendentes pues, aunque conocido por todos, suele ser ignorado por mero pudor.
Ahí va la pregunta de la Esfinge: ¿puede alguien desear que su hijo se convierta en aquello que más teme y odia?
Un acrónimo de la respuesta en español: LOACM.

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sábado, junio 09, 2007

Wormholes, bug holes

Bonus scarabaeusSongoku era un monje budista que todas las noches soñaba que era un escarabajo pelotero. Cuando el escarabajo, tras un duro día de trabajo, cerraba los ojos en su guarida, soñaba que era Songoku, el monje budista. La vigilia del escarabajo era indistinguible del sueño del monje, y Songoku sólo existía cuando el pequeño insecto soñaba, pero ninguno de los dos se tomaba en serio sus respectivos sueños.
Una noche, una tormenta eléctrica destrozó la red de repetidores que hacían posible estas sacrílegas metamorfosis, pero nadie lo supo porque el reino de los repetidores no es parte de este mundo. A la mañana siguiente, cuando el escarabajo comenzó a soñar, comprobó horrorizado que no se transformaba en Songoku, sino en un hirsuto monje alemán que tocaba el piano y que, a su vez, soñaba que era Iesu Kirisuto. Razonó que, si los enlaces estaban permutados, quizás el monje germano estaría soñando con Songoku, o con algo relacionado. Pero tras saltar al sueño del monje sintió el abismo bajos sus patas, y a duras penas consiguió aferrarse con los élitros a la sábana donde reposaba el sacerdote. Ahí no había nada. El teutón soñaba con alguien o algo que no existía.
Retrocedió frenéticamente hasta la puerta por donde creía había entrado. Al franquearla, sin embargo, descubrió que había vuelto a equivocarse: estaba en el sueño de un ronin llamado Furiman Bureku, que se reía del sueño del alemán que soñaba con la Nada. El ronin dejó de reir y saludó al insecto: konichiwa, Biteru-san! Y rió aún más alto mientras el escarabajo que soñaba ser Songoku, escapaba, presa del pánico, de la extraña habitación.

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viernes, mayo 04, 2007

Viñeta (II)

- ¿Ya ha confesado el prisionero?
- No, Su Santidad.
- Pero... ¿habéis sido suficientemente... persuasivo?
- ¡Por supuesto, Su Santidad! - la boca del verdugo se torció ante la velada acusación.
- Bien...
El de la capa suspiró y vaciló un breve instante:
- No nos queda alternativa. Traed a Agapito Maestre...

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domingo, abril 22, 2007

El frondoso bosquecillo de la mujer de Ruskin

egún nuestra medida, los prerrafaelitas eran una panda de tipos raros, pero ¿quién no lo era en la Inglaterra de la reina Victoria? La pérfida Albión, en el esplendor de su grandeza imperial, se había convertido en un club de chiflados. Los prerrafaelitas eran algo parecido a la comisión de festejos del club. Y dentro de aquella comisión de festejos, que se parecía sospechosamente a la mesa del té de Alicia, el papel de sombrerero loco lo interpretaba gustosamente el John Ruskin de esta historia, que además de inglés, victoriano, chalado y prerrafaelita, era socialista, el muy cabrón.
... so early in the morning.Nuestro sombrerero loco tenía también su pequeña Alicia: la joven Ephie Gray, que tenía doce años cuando Ruskin, de veintitrés, le dedicó una pequeña y prescindible novela sobre elfos, reyes enanos y lo rentable que resulta comportarse con decoro. Se le podría perdonar el detalle… si no fuera porque, seis años más tarde, en cuanto la pequeña Ephie tuvo la edad exigida por la ley, el sombrerero loco la llevó al altar.
Oh, sí, almas sensibles y escandalizadas, también Poe se lió con su primita Virginia, y el propio Carroll dio mucho que hablar en su momento (aunque al parecer, hubo más chismografía que verdadero escándalo en la historia del conejo blanco). Pero Poe y Carroll, al menos, nos dejaron una obra memorable, ¡y es que no eran socialistas! El hada madrina que presidió el nacimiento del amigo Ruskin llegó borracha de láudano al acontecimiento, y debió empapar al recién nacido de chifladura y socialismo mientras rebuscaba inútilmente entre sus ropas el frasquito del talento.
Como decía, llegó el día en el que un feliz y ansioso John Ruskin desposó a la joven y nerviosa Ephie. Y hubo banquetes, y se arrojaron flores y confetis. Y cuando el último rayo de Sol desapareció en el horizonte con el último coñazo de invitado, llegó eso que llaman la “noche de bodas”. Es fácil imaginar a la ingenua parejita gastándose inocentes bromitas mientras se dirigían al escenario del crimen. Es fácil imaginar a la Ephie echando a John temporalmente del santuario, mientras se vestía o desvestía para matar. Es fácil imaginar el nerviosismo del ansioso Johnny cuando finalmente Ephie le espetó con su acento escocés, “ven pacá, macizo”...
Un poco más difícil es comprender lo que pasó después. Al parecer, Ephie dejó entreabierta la puerta del corral, y el amigo Ruskin tuvo una clara imagen de la espesa lana de la corderita. Y Ruskin, que era un esteta que sólo conocía los coños inexistentes de las estatuas griegas se quedó petrificado y espantujado ante la visión del bosque sagrado de Diana Cazadora.
No hubo consumación aquella noche. Ni la siguiente. Ruskin desarrolló una intensa aversión por su mujer, y según confesión propia, dedicó el resto de sus días al “pequeño suicidio cotidiano”, que es una bella forma de decir que se mataba diariamente a pajas, como un mono en una jaula. Al cabo de seis años de sequía total, Euphemia se hartó y se largó con Millais, pintor prerrafaelita y protegido del esteta, pero lo suficientemente sensato como para saber qué es lo que suele brotar donde se unen el tronco y las extremidades. Al parecer, Ephie se desquitó sobradamente del ayuno, porque le dio nada menos que ocho churumbeles al pintor (y alguna mancha, supongo, en el suelo del estudio).
Para desgracia de Ruskin, el asunto se hizo público porque Ephie pidió y consiguió la nulidad matrimonial. De modo que Ruskin, además de continuar con sus pequeños vicios, se entregó casi por completo a sus ideas socialistas.
... ah, sí, nuestro chiflado se volvió a enamorar, pero esta vez, de otra lolita chiflada llamada Rose la Touche; nombre premonitorio donde los haya, como enseguida veremos. Esta obsesión en la repetición de los detalles es lo que los santones orientales llaman karma: la chiquilla tenía diez años cuando Ruskin plantó sus pervertidos ojos en ella, y recibió una propuesta formal de casamiento en cuanto cumplió los dieciocho. Pero Ruskin ya arrastraba fama de socialista, y los preocupados padres prefirieron conocer la opinión de Ephie, quien no se cortó un pelo en su respuesta. La aventura terminó trágicamente: Rose la Touche estaba también algo tocada del ala, padecía anorexia y algún otro desquiciamiento mal catalogado. La internaron en un hospital de día y murió en poco menos de un año.
Ruskin también fue a menos. Su salud se resintió, sus nervios se quebraron, y comenzó a padecer ataques nerviosos y alucinaciones. Durante una de ellas, predijo la llegada de ZP a España y el descenso a segunda del Atleti. Al día siguiente de este episodio, al recobrar el sentido y leer su propia profecía, se llevó una mano al corazón, puso los ojos como platos y la palmó.
Lo enterraron en un terreno cuidadosamente defoliado, pero en muy poco tiempo, el musgo y la hiedra cubrieron su tumba.

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miércoles, abril 18, 2007

Cinderella

Falling angelLejos de la gran ciudad,
en su celda junto al mar,
la princesa de mis sueños
pasa el día en soledad.
Como un ángel de cristal,
llora y mira su reloj.
Mientras pasa el tiempo,
por momentos
se le quiebra el corazón.

Quiero contigo volar,
pues en mis sueños
prisionera estás.

Cinderella, si quisieras,
daría mi vida entera
por verte sonreír.
Que en tus labios la tristeza
ceda ante la primavera.
Quiero estar junto a ti...

Un buen día despertarás
mientras duerme tu guardián.
Y saldrás corriendo de tu encierro:
aunque no haya vuelta atrás.
Sin pensar te arrojas al mar,
y sin alas intentas volar,
pero te detengo, te sostengo
y volamos como en sueños.

Quiero contigo escapar
a ese otro mundo azul,
hacia un lejano resplandor
en donde brille nuestra luz.

Cinderella, prisionera,
te daré mi alma entera
por verte sonreír.
Ya en tus ojos no hay tristeza,
brilla en ti la primavera.
Quiero estar junto a ti.

:) Que no cunda el pánico: no es poesía, sino la letra de una cancioncilla que acabo de componer. Como "poeta" no ganaría ni para pagar el papel, pero las letras son mucho más sencillas para escribir. Esta es una balada heavy (oh my gosh!) que se me ocurrió ayer a mediodía y he terminado ahora: parece que lo que no me mata, me hace más fuerte.

Si tienes un grupo y te interesa, te puedo pasar la música.

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lunes, abril 09, 2007

Los Cien Mil Hijos de San Pepino

En el fondo, sólo eran niños.
Nos gusta pensar que la infancia es una edad feliz, pero es porque no recordamos la propia. No se puede ser feliz con ese monstruo bizco que acostumbra dormir bajo nuestras camas. Hay un demonio escondido dentro de cada gato negro, y mamá se transforma por las noches en una bruja envenenadora, que patrulla el vecindario montada en su escoba, en busca de algún hijo de vecino con quien saciar su hambre oscura. ¿Os extraña que vuestros hijos se resistan tanto cuando llega la hora de dormir?

Génesis

¡Bienaventuradas las hortalizas!Los niños de mi cuento eran especialmente aprensivos. Más bien, eran todos un hatajo de cobardes y cagainas. Para calmar sus muchos miedos, se inventaron una extraña historia. En realidad, la copiaron de los babilonios, quienes la habían copiado a su vez de los sumerios, que fueron los que inventaron casi todo en la noche de los tiempos. Como detalle final, le añadieron algunas pinceladas egipcias: ese pequeño toque de mal gusto que sirve para hacer creíble cualquier mediocre terror.
Pero en el fondo eran niños, no literatos, y lo que había sido originalmente una excusa sumeria para campesinos adultos que querían ir de putas una vez al año, fue transformada en una trama absurda, llena de ruido y furia; en ocasiones, incluso siniestra. La historia trataba ahora sobre un padre colérico que se enojaba con sus hijos majaderos porque se comían la última manzana, y sólo se aplacaba cuando los traviesos chavalines asesinaban alevosamente al obediente hijo mayor, del que nadie había oído hablar hasta ese momento. Todo muy razonable, emotivo y rebosante de lógica y sentido común.
Un buen día, decidieron escenificar el drama. Pillaron un pepinillo fresco de la huerta y lo enterraron bien profundo. Esperaron tres días, y lo sacaron a la luz. Pero el pobre pepinillo, el hijo del pepino, se había podrido y olía a gangrena psocialista. ¡Si al menos lo hubiesen ahogado en salmuera y vinagre!
Volvieron a cubrirlo de tierra y se reunieron a su alrededor, con las manos enlazadas, apretando tan fuertemente los párpados que a uno se le escapó un pedo (luego lo negó tres veces). Cantaron a coro, a pleno pulmón: ¡creemos en las hadas, vaya si creemos! Pero el pepinillo seguía tieso. Pensaron en cosas tristes e intensas, hasta que las lágrimas bañaron sus ojos, y las derramaron sobre el inerte vegetal. El pepino, sin embargo, no se dio por enterado.
A uno de los chicos, que odiaba a las chicas y le gustaba azotar y ser azotado, se le ocurrió la tontería de que sólo la sangre podía dar la vida. A pesar de que la idea disgustaba a la mayoría, el retorcido crío se azotó los lomos hasta sangrar, y dejó caer unas pocas gotas carmesí sobre el fetiche. Explicó a los demás que su acto era una sentida demostración de su fe que había que respetar, y muchos de los renuentes le imitaron entonces. Unos, por el amor al desafío. Otros, para que los demás no adivinasen que su fe flaqueaba. La mayoría, porque aquello del respeto sonaba de puta madre. Pero el pepinillo, ¡ay!, siguió muriendo.
Entonces llegó el turno de los más imaginativos. Uno sostuvo que el vegetal nunca había existido, que se había tratado, desde el primer momento, de una ilusión de los sentidos. El verdadero Pepino Inmortal, en todo su esplendor vegetal, florecía y reinaba en la Huerta del Más Allá, donde los árboles producen salchichas y los ríos son de Coca Cola. Enseguida, la trama se complicó: el Pepino había prometido volver para vengarse de sus enemigos, que curiosamente, no eran los vegetarianos sino los carnívoros. Mientras esperaban el Retorno del Pepinillo, los niños debían comer ensalada de pepinos todos los fines de semana, para no olvidar la promesa. Hubo protestas, y llovieron insultos y puñetazos, porque algunos consideraron exagerado devorar tanta verdura. Al final, triunfaron los partidarios de comer la ensalada una sola vez al año, y entre todos acordaron sustituirlas por galletitas durante los fines de semana. Así lo hicieron durante años, y al pepino le importó un rábano y un comino.
Pasaron años, y más años, y luego siglos, y al final milenios, y no se producía el anhelado Regreso de la Hortaliza. Los conjurados se convencieron de que no habría Retorno hasta que todos los niños del mundo gritaran con pasión, al mismo tiempo, aquello de ¡creemos en las hadas!, que con el paso del tiempo había degenerado en un ¡creemos en el brócoli!, ¡creemos en las tres mazorcas! y otros credos igual de atrabiliarios. Recorrieron la ciudad armados de pepinos, y al que no quería comulgar con el vegetal, se lo embutían por salva sea la parte.
Un buen día, los hijos de un vendedor de alfombras, un conocido traficante de baja estofa, invadieron el yermo donde yacía el vegetal cadáver, y se justificaron alegando que la función del pepinillo era servir de abono para la llegada del Boniato, loado sea. Como los cerdos comen boniato, declararon que los cerdos eran animales inmundos, al igual que esos perros que tan alegremente meaban sobre las plantaciones del Sagrado Tubérculo. El barrio se convirtió en el escenario de frecuentes peleas entre los fanáticos del Pepino y los adoradores del Boniato. Y aunque al principio parecía que prevalecerían los de la secta del tubérculo, la suerte finalmente sonrió a los devotos del Pepino, que atribuyeron su victoria a un milagro de Santa Hortaliza, patrona de las dietas de adelgazamiento.

Apocalipsis cum figuris

Pasado un tiempo, alguien compró el terreno y construyó una embotelladora de refrescos sobre la tumba pepinácea. La embotelladora fabricaba una bebida a la que bautizaron Acuario, en velado homenaje al signo zodiacal. Sabía sospechosamente a batido de pepinos, pero cuando se bebía muy fría, casi nadie notaba el extraño sabor.
"¡Sacrilegio!", gritaron los unos. "¡Grande es el Boniato!", chillaron los otros. Y aunque la embotelladora era una bendición para el barrio, pues daba trabajo a los padres de todos aquellos maleantes y liantes, las bandas armadas acordaron un armisticio y concentraron sus energías en echar de la ciudad a aquellos incrédulos bebedores de agua con gas. De ser posible, arrojándolos al mar.
Se reunieron en hordas, tribus y rebaños alrededor de la fábrica y acordonaron la zona, interrumpiendo el tráfico. Luego hicieron el corro, tomándose de las manos, y a una señal apretaron los párpados, dejaron escapar alguna que otra ventosidad, y arrancaron a cantar "¡creemos en las hadas, vaya si creemos! ¡creemos en las hadas, y en el Boniato, y en el Pepino! ¡vaya si creemos!". Los más masoquistas se flagelaban y cortaban las carnes en homenaje al Pepino de ensalada y al Decimosegundo Boniato Oculto, que como buen tubérculo, se había ocultado bajo tierra tras ser privado de su corteza por unos herejes malvados.
Un filipino desempleado que pasaba por allí, se hizo clavar sobre un poste de madera, representando el sufrimiento del Pepino encurtido al ser atravesado por el palillo de madera de un sándwich vegetal. A un transeunte despistado se le ocurrió gritar:
- ¡Filipino, gilipollas! ¡Podían haberte pegado al poste con Loctite! - y la muchedumbre enfurecida lo linchó, colgando luego su cadáver en el poste vecino, a modo de escarmiento.
Las manos del asiático se quedaron inútiles tras el empalamiento, pero aquello no importó demasiado a su propietario, porque de todas maneras, no tenía planes para hacer nada de provecho con ellas.
De cuando en cuando, algún empleado de la fábrica asomaba la cabeza por la ventana y se mofaba de los sitiadores:
- ¡Sandías! ¡Raza de sandías!
Y los píos pepinianos replicaban indignados:
- ¡Blasfemos! ¡Tenéis suerte de que somos pacíficos! ¡Sois unos cobardes porque no se lo decís también a los del Boniato!
Pero cuando el bromista de turno se burlaba de los boniatos, los pepinos se ponían de parte de estos últimos, invariablemente. Y es que les llegaba al alma eso de que los llamasen "sandías".[nota]
Y así transcurrieron años y más años, y el tumulto se convirtió en costumbre, y la costumbre en tradición. Los del Boniato, cavaban túneles con la esperanza de encontrar el escondite del Decimosegundo Boniato Oculto y toda su tropa. Los del Pepino, aguardaban temblorosos la segunda llegada de la cucurbitácea, e invertían sus energías en apaciguar periódicamente a los belicosos hijos de la gran batata. Cuando se les resecaban demasiado las gargantas, boniatos y pepinos acudían a la máquina de bebidas y disfrutaban calladamente de una fría y deliciosa lata de Acuario. De cuando en cuando, el camión del reparto atropellaba a algún exaltado, o un túnel de boniatos se derrumbaba sobre sus perpetradores. Entonces la tropa se encabritaba y salía en la prensa. Pero en general, todo el mundo bebía su Acuario helado, a pesar de su sospechoso sabor a batido de pepinos.
En el fondo, ya no eran niños, y habían pasado tanto tiempo con los ojos cerrados que la luz les cegaba y no reconocían el mundo que había florecido a su alrededor.

Nota: Existe, sin embargo, un "melón de pepino", el Solanum Muricatum, que se cultiva en Chile y Perú.
Otra nota: Originalmente, la secta pepiniana se expandió gracias a las mujeres. Las supersticiosas madres de aquello críos consideraron una bendición el que sus retoños sintiesen tan súbito interés por los frutos de la huerta y las hierbas del bosque. Con tal de que se comiesen la ensalada, llegaron a aceptar historias absurdas como aquella del triple pepino mutante o la de la asunción de la calabaza.
Ultima nota: Observará que no he incluído un dibujo del Boniato. He querido evitar problemas con los boniatomanes, pues estos prohiben la representación gráfica del Tubérculo. Además, el Santo Pepo, que es como los pepinianos llaman al jefe de su secta, ha dictaminado que también es blasfemia cagarse en el puto Boniato.

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jueves, marzo 29, 2007

La profanación de San Lenin

Pobrecillo San Lenin...No hacía falta que al Cristo lo pintasen en pelota picada para que los meapilas pusieran el grito en el cielo. A éste de la foto le han tapado la cara con una estampita de San Lenin, y las divinas vergüenzas con los trapitos de toda la vida... pero ni por esas. No importa el doble significado que pudiese tener la cara de Lenin impuesta sobre la de Jesús. Siempre habrá teoadictos dispuestos a actuar como instrumento de un vengativo Ser Supremo al que le da mucha pereza darse un garbeo por este planeta:

Por qué es roja la Plaza Roja

¿Cree que lo de la Divina Pereza es una provocación injustificada por mi parte? Lo sería si la Primera o la Segunda Persona hubiesen tenido a bien pasarse por aquí abajo mientras los comunistas rusos mataban a... ¿cuántos? ¿cincuenta millones de rusos, bielorrusos, ucranianos y algún que otro gallego republicano? Pues no, ninguna de las dos Personas se dio por enterada: setenta jodidos años con el puto marxismo leninismo encima de la chepa. Eso sí, la Tercera Persona, que es el Espíritu Santo, siempre ha estado ahí, entre nosotros. Pero, ¿qué puede hacer una paloma contra un comunista rabioso? ¿Cagársele encima? ¿Contagiarle la gripe aviar? Oiga, pues ni eso...
Es por todas estas razones que la Iglesia Ortodoxa de la Santa Madre Rusa tuvo que asumir el papel tan heroico y conocido que desempeñó durante la dictadura roja. Todos los días a las 9:00 de la mañana, religiosamente, llegaba a la Plaza Roja un autobús Ural pintado con esmalte amarillo (había pertenecido al pelotón suicida durante la Gran Guerra Patria) cargado hasta el techo de santones barbudos ortodoxos. Todos los días a las 9:15, excepto los vaskrisyeñie, que son como los domingos rusos, los santones del autobús desembarcaban y se precipitaban en manada sobre la momia de Lenin, al grito de marikoñi paslyedni!!! agitando iconos pintados sobre tablas de madera de abeto siberiano. Todos los días a las 9:30 de la mañana, entraban en escena las bigotudas señoras de la limpieza, para barrer los santos restos desperdigados frente la entrada del Mausoleo. Y todos los días, quitando el domingo, se servían jugosas y nutritivas hamburguesas a las jóvenes promesas del deporte soviético.

Divina Revelación

¿Recuerda cómo cayó el Telón de Acero? Fue gracias a la valiente Iglesia Ortodoxa, sus líderes y fieles, que tuvieron el enorme valor de andar setenta años con la lengua metida en el culo. Esta es una historia nunca antes contada, sobre el heroísmo de quienes se supone que no deberían temer a quienes sólo "matan el cuerpo". Póngase cómodo y lea...
En un rincón remoto de los Urales, existe una pequeña aldea, llamada Pollojodonsky, y muy cerca de ella, un monasterio. Un buen día los monjes de Pollojodonsky recibieron un recado divino a través de la Tercera Persona, aunque nunca quedó muy claro si provenía de la Primera o la Segunda. ¡Qué más da, si todo queda en familia! En aquel entonces, en el monasterio habitaba un santo varón eremita, el diedushka o "abuelito" Mijail, a quien todos identificaban por su larga y venerable barba blanca. Era el primer viernes de un frío mes de enero, y los monjes se habían reunido en el comedor para recibir su magro desayuno, consistente en una jarra de anticongelante y los tradicionales huevos de oso frito. De repente, el entrañable abuelito Mijail se puso de pie y carraspeó, para llamar la atención de sus hermanos. Al viejo sólo le quedaba medio pulmón, y nadie le hizo ni puto caso. El abuelo empuñó entonces su jarra de anticongelante y la estrelló contra la crisma del novicio Iván, que se sentaba a su lado. Iván se desplomó sobre la mesa, pero los demás callaron respetuosamente y escucharon con profunda devoción al anciano:
- Daraguitye tavarishi i bratya - dijo el Venerable, a quien le gustaba quedar bien con Dios y con los bolcheviques, como ciertos curas aborígenes que todos conocemos - Esta noche se me ha aparecido un ángel del Altísimo y me ha transmitido un mensaje para todos vosotros.
Todos miraron en silencio a Mashenka la cocinera, a quien llamaban la Kantimploraskaya por pasar frecuentemente de mano en mano, pero la moza movió con vehemencia la cabeza de izquierda a derecha.
- ... y he aquí - siguió el viejo - que el ángel me reveló que este impío régimen caerá si enviamos un monje suicida al despacho de nuestro Primer Ministro: ¡el impío y perestroiko Gorbachov!
Hubo murmullos, y piadosas alabanzas, algún jarashó, jarashó y alguien dijo también nichevó encogiendo los hombros. Todos acordaron que podía ser muy posible, pues extraños son los caminos del Señor, pero tampoco ignoraban los estragos provocados por la ingestión diaria de líquido descongelante, y creyeron oportuno y prudente esperar, antes de actuar, un segundo mensaje, a modo de confirmación, del Todopoderoso. Agarraron a Mijail y lo arrojaron por la ventana que daba al barranco de Sedespetronka. Cuentan que las últimas palabras del eremita fueron santas y edificantes, como el resto de su vida:
- ¡Hijos de Puuuuutiiiin! - dijo mientras caía, y luego - ¡plofff! - al llegar al fondo.
A continuación, y en compensación por tan repentino tránsito a la gloria, anotaron su nombre en la lista de espera de las canonizaciones, por delante del beato Nikita, aquel que se había caído dentro de una jaula de osos y que había sobrevivido milagrosamente a los tres primeros mordiscos. Luego se sentaron a esperar la Segunda Señal, que llegó a los pocos días a través del hermano Dimitri.
Dimitri cayó justo sobre los restos mortales de Mijail, pero lo tenía muy fácil para acertar, porque era gordo y cayó como un plomo. Por el contrario, Vissarion Vissarionovich, el agraciado por la Tercera Señal, era delgado como una vara, y sus defenestradores no calcularon el efecto del viento. Al llegar al fondo del barranco, rebotó contra una roca, pegó dos botes más y lo que quedaba de él terminó sobre la copa de un pino, sirviendo de alimento de las aves del campo y los lirios del bosque en lo más duro de la estación.
Nuestros monjes podrían haber seguido cayendo como frutas maduras hasta que no quedase ninguno o llegase el Día del Juicio Final. Pero en febrero se acabaron las reservas de anticongelante y de agua de colonia en el monasterio. Los santos varones pasaron tres días en dique seco, y aquello se les hizo tan insoportable que decidieron que ya iba siendo hora de acabar con el comunismo.

El sacrificio de Mitrofán

Mitrofán era un fornido chicarrón de algún pueblo perdido de la cuenca del Volga, que había sido admitido en el monasterio como novicio hacía dos años. Generaciones y generaciones de matrimonios entre primos habían dejado el ADN de Mitrofán como el de los Borbones: para el desguace. Sí, el chico no tenía más luces que Pepiño Blanco, pero había sido compensado con una bondad natural y, sobre todo, con una credulidad infinita. Naturalmente, Dios hizo recaer sobre sus amplios hombros la sagrada misión de liberar a Rusia de sus verdugos bolcheviques... bueno, más que Dios, fue cosa de aquella panda de piadosos cabritos de Pollojodonsky.
Mezclaron la última ampolla de anestésico para osos con el borsch, o sopa de col y remolacha, que tanto gustaba a Mitrofán. Cuando el medicamento comenzó a ejercer su efecto sobre el sistema nervioso central del novicio, lo agarraron entre cuatro, lo metieron en la única habitación que tenía un colchón y un bastidor simultáneamente, lo desnudaron y lo dejaron a solas con Masha, la Kantimploraskaya, a la que previamente habían pegado dos alas de atrezzo a la espalda. Masha sería analfabeta, pero follaba como una valquiria. Cuando el idiota entreabrió los ojos y vio aquel par de melones rubios girando como gira el Sol alrededor de la Tierra, y a la Mashenka cabalgando despatarrada con una de las alas a punto de caérsele por culpa del movimiento, pensó que había llegado el Apocalipsis y que su jinete era el demonio que le atormentaría en el Infierno hasta la consumación de los siglos. Pero no tardó en cogerle el gustillo a la penitencia, y pronto jinete y montura intercambiaron posturas. Cuatro empellones más, y Mitrofán aulló como Lucifer al ser arrojado desde los cielos. Luego, con los ojos nublados, cayó del camastro y se golpeó la cabeza contra el orinal.
RecompensaDespertó dentro del Kremlin, en una oscura salita de espera, vestido de paisano, afeitado y con un pase colgado de la chaqueta en el que rezaba: "Mitrofán Kantinpalov, miembro del Soviet Supremo del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas". Esto último estaba escrito con unas letritas casi microscópicas, para que cupiera en la cartulina. Por lo demás, nadie se dio cuenta de la impostura. No hay tantas diferencias entre un Mitrofán y un comunista patarroja.
Una puerta se abrió, y por ella salió, o quizás entró, un hombre de mediana edad, con pocos pelos en la cabeza y con una mancha roja sobre la calva que se parecía extraordinariamente a un mapa de la URSS. Mitrofán se levantó para saludarlo educadamente... y enseguida se dio cuenta de que había algo extraño en todo aquello. Primero notó que una pesada faja ceñía su cintura. Al palparla, sintió un leve cosquilleo, algo eléctrico, que le atravesaba el ombligo. Luego algo hizo pum, y al siguiente segundo, cuando se despejaron los humos, vio ante sí a un hombre que decía llamarse Piotr, con un brillante halo sobre su cráneo, que le estrechaba cordialmente ambas manos mientras le daba la bienvenida al Cielo.

Al borde del Armagedón

En los tiempos de la URSS, si una nave extraterrestre hubiese aterrizado en la Plaza Roja, bombardeado el Kremlin y secuestrado a todos los miembros del Soviet Supremo, nadie se habría enterado. Durante días y días, los monjes de Pollojodonsky vivieron pendientes de la pequeña tele de 17 pulgadas, en proletario blanco y negro, y del telediario oficial, que transmitían en cadena los dos únicos canales soviéticos. Abandonaron las plegarias, olvidaron las buenas obras, dejaron que las malas hierbas brotasen en la huerta. Incluso se les olvidó apagar el alambique con el que ahora destilaban el matarratas que bebían, y la consiguiente explosión mandó de cabeza al Cielo a los hermanos Alexei y Vladimir. Todo en vano: ni una palabra sobre Gorbachov.
A las dos semanas, la noticia cayó en sus corazones como una jarra de agua sacada del río Yenisei: fría e infecta, ya sabe. Gorbachov aparecía nuevamente en los telediarios, como si no hubiese pasado nada. Y no se trataba de un truco barato basado en imágenes de archivo: el primer ministro recibía a políticos extrajeros, inauguraba obras grandiosas y parloteaba las mismas tonterías de siempre sobre su querida "perestroika". Mitrofán se había sacrificado en vano. El mensaje del patriarca Mijail no venía de Dios, sino del Diablo...
Cuando los desesperanzados monjes abandonaban la sala, el viejo y miope hermano Borís Andreyevich dijo "zhditye minuti!" y se acercó a la pantalla guiñando cómicamente los ojos. Primero balbució algo que sonó como uh!, y luego da-da-da-da-da-da, como una Kalashnikov. Finalmente, abrió los ojos hasta que desaparecieron sus párpados, y se puso a gritar y bailar como un poseso:
- ¡El Cáucaso! ¡El Cáucaso! - y cayó fulminado sobre el sucio y grasiento suelo de la habitación.
Coros y danzas populares, como en tiempos de Ustedsabequién...Todos pensaron que al viejo demente de Borís se le había ido la olla antes de decir dasvidanya. Pero entonces fue Anatoly quien miró la tele, y luego le tocó a Vadim, y a Sasha, y a Pietka... y en sus caras se dibujaba primero el asombro y la incredulidad, y luego una pequeña esperanza que creció hasta estallar. Saltaron, bailaron, rieron, lloraron (el viejo Vlad se orinó en los gayumbos, pero todos fingieron ignorarlo), y hubo barra libre de matarratas, y entonaron a coro las viejas canciones festivas aprendidas de sus abuelas, en tiempos mejores, pues de repente comprendieron lo que el viejo loco de Borís había visto antes de espicharla.
La mancha de la cabeza de Gorbachov había cambiado su forma. Faltaban un par de golfos y alguna península. Y, sobre todo, habían desaparecido de la mancha las repúblicas populares transcaucásicas.

Epílogo

La beatificación de Mijail transcurrió, como era de esperar, sin mayores incidentes. No faltaron milagros y testigos de esos milagros. No ocurrió lo mismo con Mitrofán: al fin y al cabo, se había hecho el harakiri, y aunque sea por una causa sagrada, eso es pecado a los ojos del Misericordioso... a menos que el occiso llevase turbante. Tras innumerables gestiones, Masha Kantimploraskaya, que se había quedado preñada de trillizos con Mitrofán, pidió audiencia privada con el venerable Patriarca que se ocupaba del asunto. No sé sabe de qué hablaron durante los largos minutos que permanecieron a solas en el despacho del Patriarca. Pero al salir de la habitación, Masha sonreía.
Su querido y difunto Mitrofán había conseguido, ¡por fin!, la santidad. Y el santo Patriarca había conseguido, a cambio, una cepa nueva y especialmente virulenta del herpes genital uralaltaico.

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