Dedico esta extravaganza
a los cubanos que se oponen a la dictadura castrista,
y que son llamados gusanos no sólo por sus crueles verdugos,
sino también por los joviales y bienaventurados payasos
del psocialismo y el comunismo español.
El bocado más exquisito no es el corazón, a pesar de lo que digan bardos y trovadores. El bocado más delicado está en la base del cráneo, oculto tras capas y más capas de huesos, sangre y tendones. No es un músculo, no es una glándula. En realidad, no es posible distinguirlo a simple vista, y ahí está su misterio, pues está rodeado de veneno, y quienes muerden en el sitio equivocado, mueren entre terribles dolores.
Nací de un huevo abandonado en una roca, como todos los míos, y mi primer y única enseñanza fue saber evitar aquello que nos estaba vedado. Pero eran malos tiempos, y mis hermanos morían de inanición por no poder profanar las vísceras sagradas. Un día me pudo la rabia y grité la verdad a los Ancianos, y fui expulsado de los yermos campos donde, en tiempos mejores, manaba la linfa descompuesta y fluían ríos de rica hiel.
Vagué por los límites del universo, esquivando agujeros negros y alimentándome de la poca inmundicia que podía cazar en aquel desierto. Llegó el día en que sentí que me abandonaba la vida, y busqué una cueva donde dejar mi cuerpo a salvo de mis propios hermanos. Pero al penetrar en la oscuridad, encontré algo muy diferente: el cuerpo de un ángel herido, que se había refugiado de algún terrible enemigo.
Durante dos días y dos noches, competimos para ver quién moría antes. El me ganó la carrera, y yo horadé su carne para alimentarme. Pero su carne estaba deshecha y demasiado podrida, incluso para un gusano como yo. El veneno verde de la gangrena brotaba de todas las pequeñas heridas que le infligía con mis afilados dientes. Desesperado y exhausto, rompí los enormes ojos de aquella criatura con la ayuda de un madero, y me abrí paso, reptando, hacia su cerebro.
Milagrosamente, aquella carne estaba intacta. Comí hasta hartarme, dormí, y luego volví a comer y beber. Muy pronto llegué a la zona que nos enseñaban a evitar. Iba a retroceder respetuosamente, pero me detuvo la curiosidad. ¿Era realmente veneno lo que tenía ante mí? ¿Qué podía perder con probar? ¿Mi vida miserable?
Aparté cuidadosamente los tejidos, e inicié mi camino hacia la base del cráneo, primero despacio y luego apretando el paso, a medida que me ganaban el miedo y la curiosidad. De pronto, sentí que algo cambiaba a mi alrededor. Me quedé paralizado por el aura de una presencia espantosa, y creí morir, enterrado en la carne, incapaz de moverme. Comencé a hundirme en aquella materia viscosa, mientras mis pulmones luchaban desesperadamente por un sorbo de oxígeno. Entonces llegaron las convulsiones: una fuerza desconocida recorrió mi cuerpo y lo agitó como la tormenta agita las cañas. La materia angelical que me rodeaba se deshacía con mis golpes involuntarios, y de repente, me vi liberado de mi tormento, cayendo en una cámara situada bajo mis pies.
Nadie me había preparado para aquello. Me vi sumergido en una esfera líquida brillante, iluminada por un pequeño sol ubicado en su centro. Me acerqué nadando hacia aquel objeto destellante. Lo toqué y estaba tibio, y pulsaba como si tuviese vida propia. De repente, sin pensarlo, me lo llevé a la boca y lo mordí. ¡Nunca olvidaré el sabor de la ambrosía! Salí de aquella cámara con mi preciada presa entre mis manos temblorosas, y en cuanto pude sentarme, la engullí temblando de placer. Sólo cuando no quedaba ni una migaja, noté el calor que salía de mis entrañas, y la luz que ahora brotaba de mi interior. El calor me adormeció, y caí en un sueño profundo.
Dormí durante eones, hasta que me despertó el estrépito la caída de otro ángel. A dos leguas de distancia, yacía el cuerpo inmóvil de una criatura aún más grande que la que antes había profanado. Corrí hacia allá, y comprobé que seguía viva. Esta vez, no esperé a que muriese. Perforé la correosa membrana de su tímpano y me las arreglé para llegar a la cámara brillante esquivando los peligros conocidos. Ahí dentro estaba mi recompensa. Cuando salí al exterior, el ángel ya había muerto.
Y así transcurrió una era, en la que me alimenté de la materia brillante de los cuerpos divinos. Con cada perla luminosa que robaba, mi estatura aumentaba, y mi fortaleza, casi milagrosamente. Demasiado pronto alcancé el tamaño de la cabeza de un ángel, y luego, el tamaño de los propios ángeles. Un buen día, aterrizó una expedición de rescate en busca de un compañero herido. Hice frente a la patrulla y los vencí, uno a uno, y luego devoré sus almas.
Después llegaron los sueños. En ellos viajaba por extraños mundos en los que la materia dejaba de ser materia y la luz se podía tocar. Conocí secretos blasfemos sobre este Universo, como su creación en un alarde de soberbia del impío Demiurgo, encarnado en un reptil, y qué horror innominable se esconde dentro de la nebulosa del Escorpión, esperando el fin de los tiempos.
Llegó un día en que me fue revelado el Supremo Arcano, y pude ver todo el pasado y futuro de este Universo, y calcular las rutas y alternativas, y supe con certeza cuál era el único camino posible. Ascendí entonces al cielo de Jehowah, el Terrible Lagarto de las Tormentas, con la única fuerza de mis alas, y me presenté ante su trono. Sosteniendo su mirada alcé mi dedo acusador apuntándole sin misericordia. Como había previsto, fui maldecido, y los serafines del Demiurgo se abalanzaron sobre mí, haciéndome prisionero.
De modo que yo, Adam Kadmon, fui desterrado de los cielos, y mis alas ardieron incendiadas por la ira divina. Fui llevado al Planeta de Zafiro, y sepultado bajo un océano, en el abismo del Leviatán, condenado a la peor muerte en vida, para toda la eternidad.
Pero no está muerto aquello que puede yacer eternamente, y con el paso de los eones incluso la muerte puede morir. La fuerza más grande del Universo se llama Empatía, y según otros, Resonancia. Sobre la superficie de aquel planeta imponían su ley innumerables razas de estúpidos lagartos, y mi serena cólera atrajo el rayo que los destruyo.
Una variedad de ratas de estercolero, afines a mi naturaleza, ocupó su sitio, y con el tiempo sojuzgaron la faz de la Tierra. Y aunque erraron y adoraron al Demiurgo, al falso Kosmokrator, mis vibraciones revelaron la verdad a los más sensibles de ellos. Y desde eones, los más sabios y sensibles se postran ante mi caída grandeza, y me llaman Cthulhu, el Primordial, y saben que el tiempo de mi Venganza se acerca, y cantan blasfemas antífonas mientras sueñan en éxtasis con los conocimientos prohibidos que les prometo desde mi prisión temporal. El Día se acerca, y se hará Justicia.
Todas estas cosas son ciertas, y de ellas soy testigo fiel y verdadero.
... y cuando oréis, ratitas mías, no lo hagáis de forma ostentosa y arrítmica, ni os golpeéis la carne, pues la carne es sagrada. Cerrad los ojos y cantad:
Madre Eterna que habitas mis sueños:
Bendito sea el corrupto fruto de Tu Vientre.
Pues sólo de Lo Corrupto y burbujeante surge La Vida,
y fuera de Tu Vientre sólo hay Dolor.
Etiquetas: cuentos, mitos