viernes, junio 22, 2007

Visiones (I)

Sparks of the TempestPertenezco a una vieja y conocida familia de profetas y visionarios, de gente acostumbrada a hablar con Dios como se habla con un familiar o un amigo. Mi padre y mi hermano menor padecen este mal, o este don, como ellos lo nombran. Muchos esperaban grandes cosas de mí, pero hasta ahora he logrado esquivar la maldición, o mi destino, como ellos lo llaman. Creo que se lo debo a una alteración secundaria relacionada con norepinefrina o algún otro neurotransmisor parecido, y recibida inesperadamente por vía materna. No soy un experto en estas cosas, pero sé que gracias a mi herencia materna no me encuentro ahora meditando sobre los misterios del Carro o sobre la más terrible visión de todas, que es la del Trono vacío.
El caso es que me protege una muralla, pero a veces la muralla cede en algunos puntos, y mientras corro a repararla, algún fantasma suele atraparme para susurrar historias a mi oído. No se trata de ataques ni desmayos. Suele empezar con sonido de trompetas y tambores. Luego el sitio donde me encuentro retrocede y ante mi vista desfilan imágenes de algún extraño lugar, en el que las gentes y el paisaje son sospechosamente parecidos a la realidad y a la misma vez, eléctrica y siniestramente diferentes. De niño, llamaba “ángeles” a quienes irrumpían de este modo, sin avisar. Mamá, gemía aferrándome a su mano, han vuelto los ángeles. Ella, asustada, me sentaba sobre sus piernas y me protegía con su cuerpo.
De día cabía sospechar de la irrealidad de mis visiones, pero lo verdaderamente terrible ocurría durante las visiones nocturnas. Los ángeles diurnos daban la cara y se limitaban a transmitirme conocimientos. Nunca pude ver el rostro de la entidad que me visitaba por las noches, ni tampoco adivinar qué quería de mi. Sentía su presencia aterradora a mis espaldas, y normalmente no interfería, o no parecía interferir, en el desarrollo de estos. Pero si intentaba escapar despertando, las consecuencias eran terribles. Brazos y piernas dejaban de obedecerme, y una dolorosa corriente eléctrica los recorría, mientras aquello me susurraba que lo hacía por mi bien. Mi madre me hizo recorrer hospitales y consultas en busca de una respuesta que nunca nos dieron. Apnea del sueño, algún tipo extraño de epilepsia, incluso una neurosis, pero nunca lograron confirmar el diagnóstico ni ofrecer un paliativo.
Finalmente me resigné, dejé de hablar sobre estos episodios, y fingí colaborar con las extrañas criaturas que se acercaban a instruirme. Descubrí, además, que algunas de las medicinas que me recetaban por mi asma bronquial, lograban que las visitas se espaciasen. Al llegar a la pubertad, doblé las dosis sin decir nada a nadie, y las visiones y pesadillas desaparecieron poco a poco. Al mismo tiempo, mi rendimiento académico mejoró espectacularmente. Pensé primero que era una consecuencia de mi recién ganada tranquilidad, y luego dejé de pensar en ello.
Antes de ayer, sin embargo, volvió a ceder una parte de la muralla...

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