Serie sacrílega, pero que ensalza los valores familiares
Dios, envuelto en su majestuosa colcha de materia oscura, se revolvía sin lograr conciliar el sueño. Sofía finalmente suspiró, se incorporó en el lecho y le preguntó qué pasaba:
- El Homo Sapiens, cariño, el Homo Sapiens me tiene hasta la partícula de Higgs.
Y le contó sus cuitas con Adán Cudeiro, y su intención de pulsar el botón reset y comenzar la Creación desde cero. Luego dijo ¡ay!, y se quedó mirando fijamente hacia la nebulosa de Andrómeda.
Pero Sofía, por fortuna, no era partidaria de tomarse las cosas tan a la tremenda. Tras aliviar y reafirmar un poco el dolido ego divino, prometió echar un vistazo al día siguiente y ver si se podía reparar el desastre. Siempre habría tiempo para mandar el mundo a la mierda.
No había aún amanecido, cuando ya Sofía observaba discretamente las actividades de Adán Cudeiro en el Paraíso gallego. Adán dormía despatarrado sobre una roca musgosa, llena de restos de cacahuetes y semillas de girasol, mientras un hilillo de saliva humedecía su mejilla poblada con una descuidada barba de dos semanas. A eso de las siete de la mañana, el primer Homo Sapiens se dio la vuelta sobre su lado derecho, acompañando el giro con un sonoro pedo. A eso de las ocho de las mañana, abrió los ojos legañosos, apartó la calabaza llena de zumo de uva fermentado de una patada y regocijó su espíritu con otro pedo espantoso que removió los guijarros en dos metros a la redonda. Luego se levantó y se puso de espalda, con la cara contra la pared de la cueva. Agarró su encogido apéndice urinario con la derecha y comenzó a dibujar su cara en la pared de la cueva con el líquido que brotaba a presión del órgano. Culminó la operación con otro pedo y una concienzuda sacudida del miembro. Luego se rascó, en este orden, el sobaco izquierdo, el riñón derecho, el occipucio y… perdonad que os ahorre el detalle. Finalmente, se olió la mano, hizo una mueca, bostezó y dijo algo que sonó como:
- Errr... hummm... ñamñak... ahhhhhhhggg...
Un caso perdido, se dijo Sofía, mientras Adán descubría su propia sombra sobre la hierba y se dedicaba a perseguirla entre gritos e insultos. Pero al menos ya había encontrado la causa del fallo: Dios había cometido con Adán el mismo error que con los insectos.
Al crear a los insectos, sus animales preferidos, el Altísimo había experimentado con exoesqueletos. El exoesqueleto es una especie de armadura que protege a su blando portador de accidentes y ataques de depredadores. Una buena idea, en apariencia, pero limitaba las posibilidades de crecimiento del pobre animalito. Al crear el siguiente grupo de animales, la idea había sido descartada, a favor del uso de esqueletos internos.
Sin embargo, al diseñar al señor Cudeiro, el Creador se percató de la fragilidad del ordenador de a bordo del extraño animal, y recurrió a una pequeña chapuza: rodear el ordenador de hueso duro. El problema era evidente: la bóveda craneal impedía el crecimiento del cerebro de Adán Cudeiro. Puede que mil quinientos centímetros cúbicos fuesen suficientes para tirarse pedos, dibujar figuras con la orina y rascarse todo lo rascable, pero no para descubrir el fuego o aprender a freír huevos.
De manera que Sofía se remangó, metafóricamente hablando, y decidió crear el primer animal inteligente del planeta. Para ello, extrajo un poco de materia gris del cráneo de Adán, dejándolo un poco más tonto que antes, y a partir de ella comenzó a moldear una figura más mullida y proporcionada que la construida por el Altísimo.
La solución de Sofía para alojar un cerebro más grande fue sorprendente: duplicó la capacidad de cálculo diseñando un encéfalo con cuatro hemisferios en vez de sólo dos. Naturalmente, el nuevo dispositivo no iba a caber en el cráneo, por lo que dotó a la nueva especie de dos receptáculos suaves a la altura del tórax, y ahí situó los dos hemisferios adicionales, que al no estar constreñidos, podrían crecer todo lo que necesitasen. Estos hemisferios, al estar más cerca del corazón, estarían mejor irrigados que los hemisferios superiores. El dispositivo fue bautizado
tetraencéfalo, aunque con el tiempo, sumerios y lacedemonios lo abreviaron, dejándolo en
tetras, palabra que finalmente degeneró transformándose en
tetas. Cuando un hombre fija su mirada en el tetraencéfalo de una dama, lo hace para expresar su admiración por la superior capacidad intelectual de ésta. Cuando una madre amamanta a su hijo, le transmite parte de su inteligencia a través de sus neurotransmisores tetraencefálicos, vulgarmente conocidos como
leche materna.
Tras terminar con el tetraencéfalo, tuvo que aplicar algunos retoques. Para equilibrar la figura y evitar que se fuese de bruces por el peso adicional, la divina consorte agrandó el culo de la criatura. Acortando su estatura, la hizo más estable al dotarla de un centro de gravedad más bajo. Cuando estaba a punto de terminar, Sofía recordó el desagradable espectáculo del dibujo con orina, y eliminó el apéndice urinario de la nueva criatura, para que no imitase el grosero comportamiento de su futuro compañero. Entonces, Sofía se alejó unos pasos, vio que lo había hecho bien, y decidió ponerle nombre a su creación.
Se inclinó sobre su obra, y sopló suavemente dentro de la pequeña y delicada nariz. Luego, apartando los dorados cabellos, susurró su nombre al oído: Eva María... La criatura se estremeció al cobrar consciencia de sí misma, y se incorporó, un poco confundida. A continuación, estiró sus torneados miembros y se fue a buscar el sol en la playa...
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