Dijo entonces Gedeón a Dios: Si realmente vas a salvar a Israel por mi mano, voy a colocar un vellón de lana en la era. Si el rocío sólo cubre el vellón y todo el suelo queda seco, conoceré que por mi mano vas a salvar a Israel.
Y así fue. Al levantarse de madrugada, exprimió el vellón y con el rocío que sacó de él llenó una taza de agua.
Dijo entonces Gedeón a Dios: No se encienda tu cólera contra mí. Quiero hacer una nueva prueba con el vellón: que sólo el vellón permanezca seco, y que el rocío cubra todo el suelo. Hízolo Dios así en aquella noche: sólo el vellón quedó seco, mientras que el rocío cubría todo el suelo.
El fragmento anterior pertenece al libro de Jueces, en la Biblia. Se trata de un libro escrito en clave por alguien que ya había perdido esa clave. Si lee la narración literalmente, como las aventuras y andanzas de unos cuantos superhéroes hebreos anteriores a la monarquía davídica, encontrará rarezas y sinsentidos de todas las clases y colores. No es el momento ni el lugar de explicarle la clave, si no la conoce todavía, pero puedo darle una pista, relacionada precisamente con un episodio protagonizado por este mismo Gedeón y repetido con inverosímil exactitud por el melenas de Sansón.
La historia de Gedeón
Resulta que, por aquella época, los madianitas se habían puesto tontitos. Bastante tontitos, a decir verdad. Yahvéh elige a nuestro amigo Gedeón para que los ponga en su sitio. Como los israelitas estaban hasta las costuras de sus túnicas de los madianitas, Gedeón logra reunir 32.000 soldados. Ni más ni menos. Yahvéh se queja de tanto entusiasmo, y le explica a Gedeón que así cualquiera le daba una paliza a los madianitas. No, señor, echemos a las dos terceras partes de la tropa, para demostrar que las victorias hay que agradecérselas al Dios de los Ejércitos. Gedeón desmoviliza a 22.000, pero incluso los diez mil que quedan parecen demasiados. Hay que seguir cribando al personal...
... pero aquí, las cosas toman un rumbo extraño. La siguiente prueba consiste en observar cómo la tropa bebe agua de un río o arroyo. Es un poco raro que sólo se consideren dos posturas: están los que doblan la rodilla para beber... ¡y los que lamen el agua, como los perros!
¿Le parece lógico? En el bando de los fieles abundan los intentos de explicar este conundro alegando que doblar la rodilla es una señal de servilismo. Pero el servilismo en sí nunca ha sido mal visto por el Rebaño. Además, lo más importante es que, incluso para beber como los perros, tienes que doblar las dos rodillas y, opcionalmente, tenderte en el suelo o quedarte a cuatro patas... con ambas rodillas dobladas mientras bebes.
Más interesante es que Gedeón elige, mediante este procedimiento, a trescientos camaradas. Ni más ni menos. La escena que sigue es digna de Ned Flanders: en vez de darles espadas, Gedeón reparte trompetas, cántaros vacíos... y teas. La orquesta filarmónica, dirigida por el maestro Gedeón, avanza hacia el campamento madianita, y todos a una rompen los cántaros, agarran las antorchas con la izquierda, soplan la trompeta que sostienen en la derecha y, de alguna misteriosa manera, también gritan "¡Por Yahvéh y por Gedeón!" o algo parecido. Le reto a que lo intente, si le parece tan fácil.
Al parecer, los esfínteres de los madianitas se aflojaron ante el espectáculo de los trescientos y un orates ensayando la Quinta Sinfonía. Ya sé que la versión oficial es que Yahvéh fue quien proporcionó la victoria. Pero no puedo dejar de pensar en que Yahvéh podía haber hecho lo mismo sin necesidad de trompetas, cántaros rotos... y teas. No olvide lo de las teas.
Sansón, el berserker piadoso
La vida completa del señor Sansón, tal como se narra en el libro de los jueces, es una historia llena de ruido y furia, cuyo verdadero sentido sólo está al alcance de quienes comprendan la clave que antes mencionaba. De todas sus hazañas, hay una misteriosamente relacionada con la tropa de Gedeón.
Nuestro héroe, como sucede con frecuencia, sentía una incomprensible debilidad por las gentileshembras filisteas, que a la postre fue la causa de su ruina. Hace oídos sordos a las advertencias de su padre, y se busca una churri filistea. La lleva al altar y celebra el típico banquete de boda... con treinta compañeros para que lo acompañen durante los siete días que dura el fiestorro. En medio del jolgorio, y supongo que algo piripi, hace una apuesta con aquellos gañanes: deben adivinar un acertijo. El premio son treinta túnicas y treinta vestidos. Pero la cabra filistea siempre tira hacia el monte, que nunca es todo orégano. La desposada suplica cual mosca cojonera a su maridito que le revele el secreto. Sansón cede tras unas cuantas broncas. Y la muy filistea va y les cuenta la solución a los treinta hijos de Baal. Sansón pierde la apuesta y se pone muy, pero que muy cabreado. Tanto, que se larga y deja a la estupefacta esposa sola, a merced de los treinta buitres carroñeros.
En aquellos lejanos tiempos, quien iba a Ashkalón perdía su sillón. Cuando a nuestro amigo ciclotímico se le pasa el berrinche, vuelve a la aldea en busca de su media naranja... para sorpresa del padre de la señora, que ya la había vuelto a casar con uno de los juerguistas. El ataque de cuernos de Sansón es comprensible... pero su venganza es una de las historias más raras que aparecen en las Escrituras.
¿Qué hubiera hecho usted? ¿Repartir leña entre aquellos proto-psocialistas hasta que se le inflamasen las cutículas? Ja, ja, Sansón tenía otra idea sobre el significado de la palabra vendetta, mucho más cercano a Bart Simpson que a Fat Tony. Primero captura ¡trescientas zorras! Imagine el tiempo que se necesita para capturar a los trescientos bichos, y la de penalidades que debe haber sufrido nuestro héroe para guardarlas en lugar seguro, sin que los filisteos se oliesen lo que les venía encima. Siguiente paso: ¡teas! Ata las zorras por sus colas, y sitúa teas en medio de cada par de colas. Enciende las teas y suelta los animalejos entre las mieses filisteas. Arde Troya. Los adoradores de Dagón se cabrean, pillan al suegro de Sansón y a la churri y los convierten en churrascos. Sansón entonces se pone frenético, pero esta vez de verdad de la buena, y hace todo lo posible por aumentar las cifras de muertos y tullidos entre la población costera. Finalmente, cuando ya le duelen los brazos de tanto arrear madera... ¡se larga a vivir encima de una roca con nombre propio, como Simeón el Estilita!
Claves perdidas
¿No le parece que existen sospechosos paralelos entre la historia de la filarmónica canina de Gedeón y la vendetta zorruna de Shimshon el Danita? Si está pensando en presuntos ritos de la fertilidad, va completamente desencaminado: es imposible meter estas extravagantes historias en la horma del culto a la Diosa Madre. Perros que abrevan en un río, un león con un panal de abejas entre sus costillas, una matanza perpetrada con una quijada de asno. Y sobre todo, un héroe cabreado que sube a lo alto de una roca cuando ha ajustado cuentas con sus enemigos...
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