Martirio (I)
Holloway Girl me recuerda, en un comentario, que "libertad" no se escribirá con Z, pero tampoco con K de Kristina Kirchner. He estado a punto de dar mi respuesta "clásica": que a veces hay que valorar si merece la pena resistir, pero por experiencia sé que mi teoría suena a muchos, incorrectamente, a cobardía.
Hace poco se produjo un triste suceso que sirve de ejemplo perfecto a mi idea: Daniel Sirera, presidente del PP en Cataluña, tuvo el valiente detalle de presentarse este año en la celebración de la Díada catalana. Se montó la previsible: amenazas, pedradas y efervescencia grossenkatalufferinen. Los propios alabaron a Sirera. Hubo quien dijo que su gesto era el correcto: que había que dar la cara. Opino, no obstante, que se trató de un gesto valiente pero estúpido. Y, sobre todo, inútil.
Para empezar, hay que entender qué significa la Díada. El nacionalismo catalán "celebra", los once de septiembre, una derrota a manos de Felipe V de Borbón. La derrota, naturalmente, no la sufre el nacionalismo catalufo, por entonces inexistente, sino uno de los bandos de la Guerra de Sucesión española. La memoria del día está trufada de leyendas estúpidas y dañinas, como la presunta muerte de un tal Rafael Casanova, un vividor que realmente escapó de la batalla y obtuvo el perdón borbónico, y al que han convertido en una especie de héroe a la catalufa. Participar en la "conmemoración", por lo tanto, es darle alas y legitimidad a una falsificación más de la historia, y a las reclamaciones de los separatistas. Es tan estúpido como haber aceptado como bandera autonómica de todos los vascos el engendro de un personaje como el Luis Arana, usada como bandera particular de un partido político particular. Aceptar la institución de la Díada es, simplemente, una cobardía más en una larga lista de concesiones timoratas: apúntela en rojo para cuando hagamos balance.
¿Qué sentido tiene entonces la presencia de una víctima propiciatoria en el aquelarre? Ya lo he dicho: dejar en evidencia lo que ya debería ser evidente. Bien, hagamos el cálculo de costes y beneficios. Los últimos ya los hemos desglosados en una sola frase. Los costes pueden llegar a ser tremendos: imaginad que un hideputa acierta una de sus pedradas.
En mi opinión, quienes exigen a un político que se arriesgue a una paraplejia están, en el mejor de los casos, afectados por la mema del martirio cristiano. Ya conocéis el patrón: vírgen angelical que echan a los leones, y que los animalitos se dedican a lamer antes que morder. A San Pantaleón, el santito de Bitinia, lo arrojaron al mar con una piedra atada al cuello, y la piedra flotó como un corcho. Luego lo introdujeron dentro de una cazuela en la que hervían plomo, pero Jesucristo, en la figura de su amiguete Hermolao (que en Bitinia se daban mucho estas amistades), se metió también en la cazuela y el plomo se enfrió... espero que antes de que el futuro santo tocase el metal.
Lo malo de todas estas hagiografías es que son falsas. Las piedras nunca han flotado, y las leyes de la termodinámica nunca han sido violadas por su Presunto Redactor para prolongar el martirio de tirios y bitinios. Pero ni siquiera hace falta reconocer tal extremo: recuerde que a Pantaleón lo matan, de todos modos, al final de la película.
(continuará)