Libros de cabecera
Aprendí a leer gracias a tres libros: La Expedición de la Kon-Tiki, la Química General de Linus Pauling, y la Biblia. No es que yo sea una mala persona: es que los libros que leí me volvieron como soy.
Dos de ellos eran disparates gloriosos, basados en ideas absurdas. En el caso de la Biblia, la absurda idea de que existe un dios antropomórfico que se preocupa especialmente por un grupo de primates creados por él (en seis días), mientras que el resto de estos primates se la trae floja. Eso, la primera parte. La segunda parte es aún más absurda: para empezar, pretende ser una continuación de la primera, aunque tenga poquísimo que ver con la misma... pero eso suele pasar también con las segundas partes de Hollywood. En la segunda parte, Dios es un ser de tres cabezas, que se envía a sí mismo a la Tierra para que sus primates favoritos lo asesinen cruelmente. Deja preñada a una virgen sin tan siquiera tocarla. A los treinta y tres años, lo clavan a un pedazo de palo por decir chorradas. La palma entre dudas. A los tres días de enterrado, emerge de la tumba cual zombi y empieza a asustar a sus conocidos. Luego sale flotando hacia arriba y deja un buen pifostio armado aquí abajo. Se supone que todo esto sirve para tranquilizar al dios de las tres cabezas, que estaba profundamente ofendido porque un personaje de la primera parte del libro se había zampado una de sus manzanas favoritas.
En el caso de la Kon-Tiki, tenemos la demostración fehaciente de que un bilbaíno nace dónde le sale de los cojones. En este caso, se trata de un bilbaíno de Noruega. Este señor, un buen día, estaba en una playa de la Polinesia cuando se le ocurrió la idea de que los amerindios, en concreto peruanos, habían sido los colonizadores de las islas del Pacífico. No está documentado qué se había metido ese día, pero el marisco en mal estado no te hace decir tonterías. Naturalmente, cuando uno es de Bilbao (aunque haya nacido en Larvik, Noruega), a uno se la trae indefectiblemente floja que toda la evidencia lingüística, arqueológica y genética apunte en la dirección contraria. Y la forma de demostrar que tienes razón no es argumentando científicamente, porque eso es una mariconada, sino montándote en una puta balsa de troncos y echándote al Pacífico con un grupo de pirados. Con un par de cojones, como Jaungoikoa y San Patxi mandan.
... vale, me he pasado con el bueno de Thor: en aquel momento no existían análisis baratos del ADN. Y puede que algún quechua navegando sobre un flotador haya dejado preñada en algún momento a alguna isleña, propagando su cromosoma Y. Pero eso no quita que Thorcito fuese un pirado. Volvió a demostrar que era vasco de carácter cuando se le ocurrió decir que las pirámides de Güímar las habían construido los egipcios en una parada para repostar gasolina, mientras iban hacia América. Eso, a pesar de que las pirámides famosas son del siglo XIX. Y el colmo del amigo fue cuando se le ocurrió (probablemente por culpa del bacalao caducado) que Odín y compañía eran, en realidad, moritos de Azerbaiyán que habían migrado a Suecia en tiempos inmemoriales. Y sí: también soy consciente de que hay evidencia de ADN mediterráneo en esqueletos neolíticos en Escandinavia, y que incluso hay algún lingüista pirado que sostiene que el protogermano parece tener un lenguaje semítico como superestrato. Estas son hipótesis que pueden terminar siendo ciertas o no, pero están planteadas sobre evidencia seria; no sobre corazonadas basadas en el consumo de alimentos dejados demasiado tiempo fuera de la cadena de frío.
En cambio, mis recuerdos sobre el libro de Pauling son más positivos. Fue en ese libro donde me enteré, por primera vez, que la energía era proporcional a la masa. Cinco añitos tenía cuando aquello, y aún recuerdo la cara de mi padre cuando le pedí que me explicase aquello; si no recuerdo mal, me propuso cambiar la explicación por la de "de dónde vienen los niños", pero a mí, por aquel entonces, no es que me fascinase exactamente la biología reproductiva. El libro hablaba de otras cosas fascinantes: mecánica cuántica, los orbitales electrónicos, el enlace covalente, la constante de Boltzman, la estructura de las proteínas... Cuando las historietas sobre Jesusito, la puta paloma y su madre la vikinga sean sólo un recuerdo mítico, como lo será el viaje de la Kon-Tiki, la teoría del enlace covalente seguirá siendo tan cierta como lo era aquel día de mi infancia en la que tomé prestado el libro de química de mi tío paterno: jódale a quien le joda.
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