El test de Radamanto
Serie sacrílega, pero que ensalza los valores familiares
Durante mucho tiempo, a Satanás le resultó imposible distinguir a los cristianos que le llegaban de los nuevos musulmanes. La primera idea que ensayó fue colocar una Biblia y un Corán sobre una piedra, a la entrada del Infierno. Pensaba el Astuto que cada cuál cogería el libro que le correspondía, de manera que sería fácil clasificarlos. Pero este plan diabólico falló. El creyente que llegaba y olfateaba el azufre se decía que algo muy chungo tenía que haber hecho para que ahora lo castigasen… y elegía casi siempre el libro contrario al que había seguido en vida. Si al menos hubiese sido una elección sistemática, habría valido como prueba, pero muchos se decían que, si ya estaban condenados, ¿para qué seguirse complicando la otra vida con Mecas y Constantinoplas? Y pasaban de largo ante los dos libros.
Luego de un par de siglos de caos en el Departamento de Recepción y Clasificación, un demonio muy cuco, llamado Radamanto, dio con una solución casi perfecta: descubrió que la mayoría de los pecadores eran, o cínicos, o hipócritas. Los cínicos eran los musulmanes, y los hipócritas, los cristianos. La forma de aplicar la prueba era también interesante. Cuando llegaba el condenado, buscaban a su madre entre las almas reclusas, la rejuvenecían temporalmente hasta lograr que pareciese una rosa del Nilo y la encerraban desnuda en una habitación, con el recién llegado. En cuanto éste le ponía una mano en las tetas, salía Radamanto de detrás de las cortinas y gritaba:
– ¡Ja, ja, le estás tocando las tetas a tu madre!
Los musulmanes casi siempre respondían:
– ¡Loado sea Alá!
El buen cristiano se lamentaba invariablemente:
– ¡Oh, pecador de mí, qué he hecho! – pero seguía sobando las suculentas ubres.
Muy de cuando en cuando, alguno se apartaba genuinamente horrorizado ante la revelación. Estos eran los casos más puñeteros, pues quería decir que el recién llegado no era un auténtico motherfucker, y eso significaba semanas y semanas de papeleo para devolver el inocente al cielo, junto con la madre que lo parió. También era un problema cuando no encontraban el alma de la madre del condenado, pero era un caso poco frecuente, pues casi todos los nuevos internos eran unos verdaderos hijos de puta.
Mil años más tarde, en el Infierno se seguía utilizando el Test de Radamanto para distinguir nazis de comunistas: esta vez, los nazis eran los cínicos, y los comunistas, los hipocritones. Y naturalmente, seguía habiendo excepciones, como aquel judío norteamericano que, pillado con un pezón dentro de la boca, exclamó indignado cuando le revelaron la verdad sobre la propietaria de la teta:
– ¡Panda de cabrones! ¡Espero que la bromita no vaya con cargo al contribuyente!
Los demonios se asustaron y lo enviaron inmediatamente al Paraíso.