domingo, mayo 10, 2009

Dijo Buda...

... si encuentras un abogado multiculti giliprogre en tu camino, pégale un zapatazo.
(porque, con todas esas características, tiene necesariamente que ser una cucaracha resentida; comprueba si deduce que existen "islamistas moderados" del dato experimental de tener un amiguito turco que es fan del "Fenerbache")
(el imperativo moral giliprogre: no generalices, a no ser que me convenga)
Qué Dios me perdone, ¡pero cómo odio a los putos giliprogres!
Ah, Bengochi-san: presta atención a tus sensaciones. Ese picor extraño que circula ahora por tus venas se llama "tetosterona". Recuérdala: en tu efímera y gris vida de apeasenik invertebrado, tendrás pocas ocasiones de disfrutarla. No, no me agradezcas el favor...

Etiquetas: , , , ,

3 Comments:

Blogger Demo escribió...

El odio no es bueno. Repite conmigo: gus fraba, guuuus fraba.

9:15 p. m.  
Blogger Freman escribió...

El odio es bueno. El resentimiento es malo.

9:23 p. m.  
Blogger Freman escribió...

El odio, además, es como los pedos: un producto natural del funcionamiento del organismo. Si los reprimes, terminan subiéndote a la cabeza, superando la barrera hematoencefálica, y te pueden causar la muerte por embolia gaseosa.

Es verdad que, tanto el odio como los pedos, están mal vistos socialmente. Pero, ¿sabes cómo murió el gran astrónomo danés Tycho Brahe? Como buen danés, era un buen borracho, y lo invitaron a un banquete. Al buen hombre, tras beber un barril de birra, le entraron unas ganas de mear que no veas... pero estaba en un banquete, y se consideraba mala educación levantarse a mear de primero. El cabrón aguantó y aguantó, hasta que la vejiga dijo "hasta aquí", y se reventó. Y murió dos días más tarde.

Lo jodido es que, de tanto querer ser educado, terminó meándose delante de todos. Los meados salpicaron a todos los presentes: el príncipe de Jutlandia se llevó la peor parte, pero al conde Rødgrød le cayó un trozo de la vejiga reventada dentro de la tarta. Kepler, que estaba presente, se salvó porque lo vio venir, y se puso a cubierto.

Por cierto, estos daneses eran la monda. El tal Tycho tenía un alce amaestrado en su castillo (y un enano llamado Jepp). El alce también era un borracho. Una vez, se puso hasta el moño de birra, se cayó de unas escaleras y reventó como la vejiga de su dueño.

11:45 p. m.  

Publicar un comentario

<< Inicio